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Alberto Míguez

España paga los platos rotos por Marruecos

Uno de las más surrealistas, disparatadas e injustas consecuencias de la resolución sobre el Sahara Occidental aprobada por la ONU hace unas horas es que ha servido para reactivar la campaña de injurias, insultos y calumnias del reino de Marruecos contra España. El embajador de España en la ONU, Inocencio Arias, que el mes pasado presidió el Consejo de Seguridad, había desarrollado en las últimas semanas una labor incansable para moderar o mejorar la resolución sobre la que el Consejo iba a pronunciarse y que se basaba esencialmente en el llamado “Plan Baker” que prevé elecciones “autonómicas” en la ex colonia y cuatro años después un referéndum de autodeterminación.

El régimen marroquí, tras haber mareado la perdiz durante veinte años apoyando primero, imponiendo después y posteriormente rechazando los diversos planes de arreglo del ex secretario de Estado norteamericano y representante personal de Kofi Annan, James Baker, culpó a España de su fracaso espectacular ante la comunidad internacional, que ha terminado avalando un Plan que ahora recheza tajantemente; un Plan que no piensa cumplir, como su representante dio a entender claramente minutos después de haberse aprobado. Este episodio muestra una vez más que las buenas y amistosas maneras con un régimen a la deriva como es el que desgraciadamente representa la monarquía de Mohamed VI, sirven para muy poco y que cualquier signo de simpatía, cordialidad o solidaridad se interpreta en Rabat como prueba de debilidad, temor o mala conciencia.

Este episodio debería servir al gobierno español de lección y reafirmarlo en sus tesis sobre la necesidad de que el contencioso del Sahara occidental se resuelva según las tesis de Naciones Unidas y, ahora, en el marco del Plan Baker; aunque todo el mundo sabe que Marruecos hará mangas y capirotes con lo aprobado hace unas horas en Nueva York y que le importa un higo la opinión de la comunidad internacional reflejada en el Consejo de Seguridad. No conviene, sin embargo, hacerse ilusiones.

La política marroquí de Aznar y de su indescriptible ministra de Exteriores es un muestrario de incoherencias y sobresaltos donde se alterna el besamanos con la legión y su cabra pastando en Perejil. España ha derrochado comprensión y buenas maneras hacia las tesis marroquíes en este desgraciado asunto. Los resultados están a la vista.

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