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La capacidad de manipulación de muchos progres parece ilimitada. En unos meses, el Papa ha pasado de ser un personaje odiado por ellos a convertirse en un modelo moral y, de nuevo, un retrógrado. Cuando Juan Pablo II se opuso a la guerra contra Sadam Hussein, sus palabras fueron citadas por todos los izquierdistas europeos. La justificación del Papa consiste en que pretende proteger a los millones de cristianos que viven en tierras islámicas, pero los progres querían avergonzar a los políticos católicos que respaldaban el ataque a Irak. En marzo, una manifestación convocada por la Juventud Comunista en Oviedo irrumpió en la catedral a la caza de los concejales del PP que asistían a una misa en honor del rey Alfonso II. Los comunistas y pacifistas que profanaron el templo exigieron al cabildo que tocasen las campanas y se ampararon en que ellos y el Papa tenían idéntico deseo: la paz. Los católicos atenazados por el mismo complejo de muchos derechistas ante la izquierda se alegraron porque los mismos que antes tenían en su boca los nombres de Dios y de la Virgen sólo para blasfemar ahora hablaban del Vicario de Cristo sin insultarle. ¡Por fin, pensaban ingenuos, todos unidos como hermanos!

El encanto se deshizo muy pronto. Cuando Juan Pablo II cursó su quinta visita a España algunos, entre ellos los teólogos de la Asociación Juan XXIII que dirige Enrique Miret Magdalena y los políticos como Iñaki Anasagasti (democristiano, además), le mandaron mensajes públicos para que excomulgase a José María Aznar o al menos le riñese. Puesto que el Pontífice no les hizo caso comprendieron que a él no le habían engañado y que seguía siendo un carca y un españolazo.

La rutina ha vuelto con el documento Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales en que el Vaticano insta a los políticos católicos a que se opongan a las leyes que permiten el matrimonio de homosexuales. Ahora acusan al Vaticano de injerencia en el gobierno de los Estados laicos, gran crimen que por lo que se ve no cometió cuando solicitó a los Gobiernos aliados que no atacaran Irak y envió un embajador personal, el cardenal Etchegaray, a Bagdad. Los progres que se extasían ante un mahometano o que le quitan importancia a la poligamia quieren despojar a la Iglesia del derecho a expresarse, que le pertenece no sólo como asociación sino además como deber exigible por sus fieles. Es muy positivo que la hija de Jacques Delors, alcaldesa de Lille, reserve unas piscinas sólo para las mujeres musulmanas para que se puedan bañar de acuerdo con las normas del Corán, pero es un ataque a la laicidad del Estado que unas Hermanitas de la Caridad reciban una subvención para su hospital.

Ahora Juan Pablo II vuelve a ser el aliado de Ronald Reagan contra el comunismo, el enemigo de los sandinistas y el defensor de un catolicismo inmaduro, hasta la próxima vez en que traten de manipularlo. Aunque pueda pensarse lo contrario ante el anticlericalismo que practican los progres, a éstos no les disgusta el Santo Padre. La condición para aceptarle e, incluso subvencionarle, es que diga lo que ellos quieren. Si fuese un viejecito que se limitase a ser un eco de Kofi Annan y del Dalai Lama, le tolerarían, pero que piense por su cuenta y lo diga en voz alta les parece una agresión. Algunos tienen un oído tan sensible que sólo soportan los gritos de sus correligionarios.


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