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Alberto Míguez

La trama argelina

Hace ya varios años que los servicios de seguridad españoles recibieron de sus colegas argelinos información sobre las características de la emigración ilegal argelina en España. Un porcentaje muy alto de estas personas que accedieron a nuestro territorio través de las redes mafiosas aposentadas en Marruecos o en Francia, vinieron en busca de trabajo y nuevas perspectivas vitales, algo que falta dramáticamente en su países de origen. Cuidado: no se trata de asimilar delincuentes y emigrantes aunque sean ilegales: simplemente de recordar que cierto tipo de emigración “salvaje” facilita la implantación de indeseables e incluso de terroristas. Las informaciones que al respecto posee la guardia civil son clarísimas.

Un porcentaje considerable de esta emigración está formada por gente que tiene cuentas pendientes con la justicia de su país o por militantes islámicos que huyeron ante el acoso de la policía o del ejército y que pretenden continuar con sus actividades de apoyo logístico en España. Delincuentes y terroristas son a veces lo mismo, es decir, que alternan pequeños delitos y trapacerías menudas mientras se preparan para atentar en algunos países europeos: España, Francia, Italia, España, donde el control de este tipo de actividades es menor que, por ejemplo, en Estados Unidos o en el Reino Unido.

Los individuos recientemente detenidos en Hamburgo y en Lloret de Mar forman parte de este tipo de activistas. España se ha convertido en un santuario para los terroristas del GIA o del Grupo Salafista para la predicación y el combate, primos carnales de Al- Qaeda, aunque sea simplemente por proximidad geográfica aunque el laxismo también intervenga.

La razón es fácil de entender: en algunas zonas mediterráneas este país es un coladero y nuestros vecinos franceses e italianos insisten en que se acabe con esta situación. Para ello habría que tener más medios de los existentes y la UE tendría que comprometerse algo más tanto económica como políticamente en la lucha contra este tipo de emigración.

España es la última frontera occidental de la Unión y por tanto merece más ayuda y más solidaridad en este terreno. También Marruecos y Argelia, cuyos gobiernos se encogen a veces de hombros o facilitan el acceso ilegal de emigrantes propios o de otros países africanos. Hasta ahora la solidaridad europea se ha limitado a unas cuantas declaraciones sonoras y algunas operaciones de control marítimo en el Mediterráneo. Todo el mundo sabe en Europa que así no vamos a ninguna parte.

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