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EDITORIAL

Reflexiones sobre el apagón

Una vez que el fluido eléctrico comienza a restablecerse en las ciudades canadienses y estadounidenses que han vivido el apagón más largo de su historia, y descartado el atentado terrorista, la demanda de una explicación racional a tan insólita anomalía, más propia de países subdesarrollados que de dos países del G-7, ocupa el primer plano de las preocupaciones de canadienses y estadounidenses; quienes, por otra parte, han dado al mundo una lección de temple y de espíritu cívico –al contrario que en 1977, donde abundaron los crímenes y los saqueos–, especialmente los neoyorkinos, que ya recibieron el horrible “entrenamiento” del 11-S. Pasadas las primeras horas de nerviosismo, donde ambos países han intentado sin éxito achacar a la otra parte la responsabilidad exclusiva sobre el apagón, las autoridades de uno y otro lado se han dado cuenta de que la explicación de lo sucedido y la depuración de responsabilidades requiere de una investigación desapasionada; y a tal efecto han creado una comisión de investigación conjunta, donde estarán presentes tanto las autoridades de ambos países en materia de energía como las empresas productoras y suministradoras de electricidad.

Todo indica que la causa del apagón fue una enorme sobrecarga (500 megavatios, energía suficiente para iluminar 500.000 hogares) que los sistemas de seguridad de la red de alta tensión que rodea el área de los Grandes Lagos –tradicionalmente problemática– no pudieron atajar. La sobrecarga fue viajando de central en central, y en pocos segundos, todas las plantas generadoras desde el área de los grandes lagos hasta el Atlántico fueron apagándose automáticamente como medida de seguridad; es decir, algo muy parecido a lo que coloquialmente se entiende por “saltar los plomos”.

Aunque todavía tarde en saberse qué produjo esa sobrecarga, es posible, no obstante, llegar a algunas conclusiones provisionales. La primera es que fallaron los, en teoría, infalibles sistemas de seguridad que, tras el gran apagón de 1977, se introdujeron en la red. La segunda es que, como manifestó Bush, la red eléctrica estadounidense está anticuada y es insuficiente para atender una demanda que ha crecido mucho más deprisa que su capacidad de generación y de transporte. La tercera es que, en adelante, las autoridades norteamericanas probablemente tendrán que poner en marcha algún ente coordinador de la producción y el transporte de electricidad, similar al que tenemos en España. Y por último, habida cuenta de que la red eléctrica estadounidense se fue estructurando sobre el abastecimiento del consumidor local, su modernización exigirá probablemente la construcción de grandes “autopistas” para la electricidad que descongestionen la actual red de “carreteras comarcales”. Una inversión que habrán de acometer bien las propias compañías eléctricas o bien ese nuevo ente coordinador, público o privado... y que sólo podrá realizarse en la medida en que la liberalización del sector eléctrico afecte también a los precios que se cobran al consumidor; si no se quiere repetir la reciente experiencia de California.

Lo ocurrido en EEUU y Canadá también debería hacernos reflexionar sobre nuestro propio sistema eléctrico que, aunque quizá no adolece de los defectos de coordinación del norteamericano, sí que comparte con él casi los mismos problemas de insuficiencia, tanto en la red de transporte –por culpa de las absurdas restricciones medioambientales de comunidades y ayuntamientos– como en la generación –la todavía más absurda e inexplicable moratoria nuclear–; así como también en lo relativo a la liberalización de los precios que paga el consumidor, clave para las inversiones en modernización de la red. Este verano ya ha sido testigo de algunos cortes y apagones en Extremadura, Andalucía o Baleares; y si hoy la situación es de aparente normalidad en el suministro cuando se están batiendo récords de consumo, ello probablemente se debe a un buen año de precipitaciones que han llenado casi a rebosar la mayoría de los pantanos españoles. Un verano igual de caluroso y con los pantanos vacíos no habría transcurrido con tanta normalidad, cuando las centrales no hidroeléctricas, incluidas las nucleares, están trabajando a plena capacidad para atender la demanda. Veremos qué sucede el próximo invierno, cuando las bajas temperaturas disparen de nuevo el consumo de energía.


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