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EDITORIAL

Zapatero no aprende la lección

Iñaki Anasagasti, viejo zorro de la política y gran conocedor de los tradicionales complejos y debilidades del PSOE en lo que toca a la cuestión nacional, ha dado, desde su orilla, un certero diagnóstico de la posición política de Zapatero en torno al plan Ibarretxe. Según el veterano portavoz del PNV en el Congreso, Zapatero “pone una vela a Dios y otra al diablo”; es decir, “quiere jugar con todas las cartas encima de la mesa y que ese debate no le perturbe ni las elecciones en Madrid, ni en Cataluña, ni lo que a él más le interesa: sus propias elecciones legislativas del año que viene”. Y, naturalmente, aprovecha la ocasión para incidir en el talón de Aquiles del líder del PSOE: “en lugar de haber mantenido durante años una distinción muy clara entre sus posicionamientos y el PP, se ha entregado de ideológicamente de tal forma al PP, que ahora no tiene margen de maniobra”; es decir, la patraña del “seguidismo del PP”, el “argumento” con el que Prisa y la vieja guardia “recondujeron” la política del PSOE respecto al nacionalismo y retiraron de la escena a su principal inspirador, Redondo Terreros.

Proponer innovaciones en la Constitución y en los estatutos de autonomía como respuesta al golpe de Estado institucional con el que amenaza el PNV es, como ya han repetido hasta la saciedad Nicolás Redondo y Rosa Díez, dar alas a los nacionalistas. La aguda crisis de liderazgo del PSOE no se tapa con reformas institucionales que, en el orden de prioridad de la inmensa mayoría de los españoles –incluidos los votantes del PSC, salvo, naturalmente, Maragall–, se encuentran en el último lugar. Ni tampoco con teorías ad hoc como las de Fernando López Aguilar, el secretario de libertades públicas del PSOE, quien, haciendo profesión de fe en el “federalismo asimétrico”, sostiene que el Estado de las autonomías es sobre todo “dinámica”, es decir, que el marco institucional debe estar en constante evolución y no “se puede quedar parado nunca”. Justo lo contrario, por cierto, de lo que sucede en los países más prósperos y con mayor tradición democrática del mundo, como EEUU, Suiza o, incluso, el Reino Unido.

Un equipo de fútbol, cuando atraviesa una crisis, procura resolverla, en primer lugar, cambiando el sistema de juego y realizando nuevos fichajes. Y después, si es preciso, sustituyendo al entrenador, o bien al presidente. Y no se le ocurre exigir que se modifiquen a su conveniencia las normas de la competición o el reglamento del juego. Del mismo modo, un partido democrático y responsable, que aspire a ejercer funciones de gobierno, no puede convertir sus problemas internos en problemas de Estado, precisamente cuando el Estado se enfrenta a uno de sus mayores desafíos. Ni debe esperar, lógicamente, que las instituciones que garantizan la unidad nacional y la convivencia pacífica tengan que ajustarse constantemente a sus exigencias y necesidades coyunturales... sobre todo cuando éstas no coinciden con los deseos y necesidades de los ciudadanos y sí con las de quienes desean y necesitan la inestabilidad política e institucional en España para sus propios fines.

Ni la sosegada reflexión vacacional ni las conversaciones del líder socialista con Mariano Rajoy han logrado sacar a Zapatero de su insensata obstinación en la equidistancia respecto al nacionalismo separatista. Una postura ésta tan carente de responsabilidad, de lógica y de rentabilidad política como la que le impulsó a “mediar” entre Mohamed VI y el Gobierno bajo un mapa donde Ceuta, Melilla y las Canarias eran parte del territorio marroquí. El clamoroso ridículo –aparte de la deslealtad hacia el gobierno de España– en que incurrió el leonés parece que no le ha servido de lección para abordar el problema del desafío nacionalista, ni tampoco para terminar de aprender una de las lecciones fundamentales de la política española: los nacionalistas jamás se contentarán con medias tintas, y cualquier concesión que se les haga únicamente incrementará sus apetitos.


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