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Juan Manuel Rodríguez

Por unos tigres de Bengala

Ahora que el boxeador que más dinero ha ganado a lo largo de la historia de ese deporte acaba de declararse oficialmente en bancarrota volverán los oscuros grajos del pugilismo a hablar de maldiciones, "juguetes rotos" y demás zarandajas. No y mil veces no. Me niego a que sea así al menos mientras yo tenga mi rinconcito en Libertad Digital. Mike Tyson, alias el "terror de Broklyn", alias "Iron Man", alias muchas más cosas, era ya uno de esos "juguetes rotos" desde que empezó a corretear por la "cocina del infierno". Tyson habría acabado igualmente arruinado si, de pronto, el destino le hubiera situado como el mejor defensor de la NFL o, por cambiar radicalmente de tercio, la industria discográfica le hubiera elegido como cantante revelación por delante de Eminem, entregándole cinco o seis "Grammys". Mike simplemente no consiguió digerir todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.

Un ejemplo: Diego Maradona. El mejor futbolista de la historia pasó directamente de "Villa Fiorito" (su madre tenía que mover continuamente las camas para evitar que el agua de lluvia que se filtraba por el techo les cayera encima a sus hijos por la noche) al Fútbol Club Barcelona para después convertirse en el rey de Nápoles. "Desde el infierno me pegaron una patada hasta llegar directamente al cielo", decía Maradona, "¿A quién pedirle consejo?... Miré a la izquierda, miré a la derecha y no había nadie. Estaba yo solo". Eso le sucedió a Tyson, con el agravante de que él no estaba solo sino acompañado por Don King. La historia del deporte (y de la vida) está repleta de casos de millonarios que acabaron lavando coches debido a su mala cabeza. O a su mala fortuna.

El boxeo le dio una oportunidad a Tyson, oportunidad que no tuvieron muchos otros chavales de su generación sin sus abrumadoras cualidades físicas. Tyson empezó a comprarse mansiones, automóviles de lujo, joyas y hasta unos cuantos tigres de Bengala. Después vinieron los tres años de cárcel y las demandas por doquier. Mike Tyson no aprovechó la magnífica ocasión que le daban sus puños y quizás fuera porque no estaba en disposición de aprovecharla. Otros sí lo hicieron y viven hoy un cómodo retiro de vinos, rosas y champagne, pero sin tigres que valgan. Tyson pasó de ser un deportista temido, un boxeador único e irrepetible a convertirse en un saltimbanqui. ¿Qué tuvo que ver con ello el boxeo me preguntan? Exactamente lo mismo que el fútbol con la devastadora transformación de Maradona. Nada. Y quien diga lo contrario tendrá que cruzar unos guantes conmigo.


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