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Pío Moa

Una vida de calidad

Después de hacerse algunas revisiones, Kepa Pérez Smith, Bulkcarrier, para los amigos, se llevó un susto morrocotudo.
– ¡Pero qué coño! ¡Si llevo casi treinta años sin fumar!
–Bueno, ya sabe usted, hay quien fuma como una chimenea y nunca pilla un cáncer, y otros lo cogen sin probar un pitillo. Es raro, pero pasa. Estadística, ¿entiende?

Salió de la consulta tambaleándose y se metió en un bar. Pidió un whisky, lo bebió de un trago, tosió un poco y, por hacer algo, pasó revista a su vida.

Sus padres le habían dado una buena educación, como dicen los anglosajones. Es decir, buenos colegios, buena universidad. Por eso, y porque no era tonto, había tenido empleos bien pagados, cada vez mejores, desde joven. Había viajado por medio mundo, comido en los mejores restaurantes de muchos países. Tenía un paladar fino y había disfrutado de la comida, de los buenos vinos… de apartamentos y casas amplias, cómodas, bien situadas, coches caros. Le gustaba vestir bien, y se daba el gusto. Se vio como un tipo refinado, bastante refinado… Por ahí no había queja.

Pidió otro whisky.

¿Y el sexo? Su amigo Charly se jactaba de llevar la cuenta de los polvos que había echado desde los trece años, que decía que había echado el primero. ¿Cuántos polvos decía? No recordaba. Seguramente Charly exageraba, era un chulo, pero él ya no podía entrar en la competición, nunca había llevado la cuenta, lástima. Podía calcular un promedio por década, desde los quince a los veinticinco, y así sacar un total aproximado… En fin, daba igual. Nunca había tenido prejuicios, no estaba mal físicamente, se había enrollado bien con las tías. Un par de líos homosexuales, por curiosidad, sin cuajar. Aparte rollos de ocasión, se había casado dos veces ¡error!, y vivido con varias tías más. ¿Cuántas? Habría que distinguir cuándo un rollo pasa de ocasional a mínimamente… Bueno, qué más daba. Ahora estaba con Marta o, mejor, Martha. Se llevaban bien, no para echar cohetes, pero aceptablemente. ¡Qué hostia, mejor que aceptablemente! ¡Ah, Martha…!

Le invadió una oleada de ternura por Marta o Martha, fuera por sentirse vulnerable a causa de la recién descubierta enfermedad, o por el whisky.

Si de algo se felicitaba era de no haber tenido hijos. Los hijos te empeoran la calidad de vida. Irremediablemente. Más gastos, menos libertad, te quitan independencia… Y no sólo es el crío, es que te hace depender aún más de la consorte… Eso de la reproducción está bien, la continuidad de la especie, esas cosas, pero si puedes librarte del marrón, ¿por qué no? Por eso se había divorciado la primera vez, la tía se empeñaba… Y mira que estaba buena. Pero él nunca se había arrepentido, al contrario. Sobre eso tenía las ideas muy claras. Desde joven.

¿Algo más? Bueno, era un tipo sociable, siempre había tenido amigos, contaba los chistes con gracia, se llevaba bien con los jefes, y no mal con los subordinados… ¿Cosas malas? Se sorprendió de que ninguna le viniese a la mente. Quizá la bebida empezaba a ponerle contento. Con un esfuerzo recordó algunos episodios desagradables de los dos divorcios, algunas riñas, alguna humillación, el mono cuando la desintoxicación… putadas que le pasan a cualquiera. Pero se había divertido de lo lindo, había probado de todo. ¡Había tenido una excelente calidad de vida, qué coño! Una vida de calidad, calidad de verdad. ¡Ya quisieran muchos…!

Al pedir el tercer whisky dijo al camarero:
–En la vida lo que importa es la calidad, ¿comprendes? Además, hoy día la mayoría de los cánceres se curan. Te pasas unos meses jodido, pero después…
–¿Desea alguna cosa más?

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