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Federico Jiménez Losantos

Salutación de un liberal escarmentado

Viniendo de atrás en el pelotón, ese gran aficionado al ciclismo que es Mariano Rajoy se ha impuesto al "sprint" a los demás favoritos en la mismísima línea de meta. Pero es tan convencionalmente gallego este señor de Santiago de Compostela que todavía no sabemos si ha ganado en el Alpe D´Huez o en una etapa llana, en una "volata" de las que tanto gustan a los italianos. Lo único que podemos asegurar es que no es Cipollini.

Aparentemente, la elección de Aznar es la más lógica y ahora todo el mundo dirá que estaba cantada, pero no es cierto. Que en ésta última gran decisión política haya primado el factor de continuidad resulta evidente. Que Rajoy es un candidato bastante bueno para ganar las elecciones generales, si no el mejor, está a la vista. Que Aznar se haya sentido seguro para confiarle a este notario el cuidado de los suyos, parece obvio. Pero a diferencia de Mayor, de Rato e incluso de Gallardón, la forma de ser y de actuar de Rajoy encierra indudables incógnitas.

Incógnitas relativas, porque Rajoy no está precisamente inédito en las tareas de Gobierno (en la práctica, lo ha presidido o gestionado él en los dos últimos años, por la continua actividad internacional de Aznar) pero incógnitas al fin, porque hasta ahora el guión de las grandes cuestiones lo escribía el otro y Rajoy lo ratificaba, protocolizaba y procedía a realizarlo con pulcritud y una especie de vigor sin entusiasmo que le ha hecho persona de pocos amigos pero quizás menos enemigos aún, lo que precisamente lo convierte en un buen candidato. Pero ahora el guión de las grandes cuestiones lo escribirá o lo mandará escribir él, y otros lo ratificarán, protocolizarán y ejecutarán. Y aunque pueda parecerse a Aznar en el cultivo del secreto de la esfinge, que consiste en no tener secreto, los verdaderos valores, las auténticas ideas en las que cree el político sólo se manifiestan cuando se llega al poder de verdad y deben defenderse desde allí.

Mariano Rajoy tendrá que acreditar que está dispuesto a defender la unidad nacional y la continuidad constitucional como lo hubiera hecho Mayor Oreja. Tendrá que mantener la coherencia de una política económica relativamente liberal como lo hubiera hecho Rodrigo Rato. Tendrá que mostrar una humildad aparente y una bonhomía semejante a la de Acebes. E incluso tendrá que llevarse con Polanco casi como Gallardón.

Esto último es lo único en que probablemente no habrá sorpresas, porque en materia de medios de comunicación, Rajoy ha estado muy cerca de Alberto y Rodrigo, tanto en el abuso de la televisión pública como en la sumisión al imperio prisaico. A pesar de que en los últimos tiempos, que son los del Prestige y la guerra de Irak, ha sido tratado a puntapiés, como corresponde a un representante de la derecha. Lo mejor que podemos decir sobre la dramática desigualdad mediática que afecta a la Derecha española es que Rajoy no defraudará grandes expectativas porque no levanta ninguna. Sin embargo, desde el principio será para la SER el candidato del chapapote. Vamos a ver si le sale el pastel, o la empanada, que intentará con Don Jesús o si prescindirá del postre y se fumará directamente un puro. Cabe temer lo uno y lo otro. Ojalá no sea así.

Pero en la cuestión nacional no caben pillerías ni tampoco iniciativas, no hace falta que Rajoy vaya a abordarla sino que ella lo viene a buscar. Ibarreche y Maragall son las dos piedras de toque en las que como candidato y, si gana las elecciones, como Presidente, tendrá que definirse. Porque indefinirse será ya una forma de capitular. Y de la notable herencia de Aznar, la defensa de la idea de España es probablemente lo que más aprecian los votantes de la derecha, que conformaron la última mayoría absoluta.

Hay una cuestión en la que probablemente ha perdido la carrera Rodrigo Rato y es en las sospechas de favoritismo económico cuando no de pura y simple corrupción. No es un peligro ajeno a Rajoy, y no por lo personal sino por lo partidista y lo político. En el mes de abril, si Rajoy gana las elecciones, el PP padecerá una auténtica epidemia de tentaciones crematísticas, una molicie moral asentada en la previsión de continuidad casi infinita en el Poder; como en el PSOE en 1986, cuando se creyeron el PRI porque realmente querían serlo. Ese peligro, que ha asomado la oreja en Madrid y en Barcelona –donde Rajoy seguramente tiene como argos y orientadores a Jorge Fernández Díaz y a algún importante intermediario mediático–, es un lobo hecho y derecho, terror de gallinas, ovejas, perros y pastores. Habrá que esperar a los hechos, pero los malos cumple preverlos y éstos del trinque y el compadreo se ven venir. Están ahí ya.

Los grandes tímidos esconden grandes orgullosos. Y del orgullo a la soberbia interior no hay más que un paso. Sólo en la cima del poder absoluto, el que está cerca de alcanzar Rajoy, esa soberbia interior puede transformarse en despotismo, síntesis de autoritarismo y arbitrariedad, garantía de servilismo y corrupción. Ojalá Rajoy quiera y sepa evitar estos peligros. Nosotros, como liberales españoles, vamos a seguir defendiendo en Libertad Digital los mismos valores y las mismas ideas, vamos a seguir respaldando actitudes políticas como las mantenidas por el Rajoy de la crisis del "Prestige" o de la guerra de Irak. Ojalá el apoyo que por esas razones de principio hemos brindado al actual vicepresidente en los días difíciles podamos seguir manteniéndolo, en calma o en borrasca, con un nuevo presidente del Gobierno y del PP, y que éste se llame Mariano Rajoy.

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