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Borja Gracia

Unos pocos felices

En el libro “Hitler y Stalin, Vidas Paralelas” Allan Bullock habla, refiriéndose a la Alemania Nazi y a la Unión Soviética, de la ‘conpiración del silencio’ en la que todos estaban involucrados y que produjo un miedo permisivo que no sólo destruyó la confianza entre la gente sino que creó la sensación de inevitabilidad contra la cuál era inútil luchar permitiendo así la existencia de un régimen brutal en una sociedad en la que la mayor parte de sus miembros podía desarrollar una vida ‘normal.’ Pero la ‘conspiración del silencio’ requiere de algo más en sociedades modernas una vez las medidas coercitivas se han establecido, todos los recursos se emplean en ganar la aquiescencia complaciente (obligatoriedad voluntaria se denominaba en Rusia) para convencer a la gente de que, si cooperaban, todo era posible, y para ofrecerles oportunidades y recompensas, no sólo en sus carreras profesionales sino también en su educación y vida social y cultural. La única condición era que esa actividad fuera ofrecida por el estado o el partido o controlada por ellos con el sello oficial. Así se estableció en esas sociedades un régimen de terror y represión para unos grupos muy concretos de la población a la vez que la mayor parte de la sociedad podía simular una vida normal siempre que mirara para otro lado y que no hablara del vecino desaparecido. Una gran conspiración, la del silencio, que se apoderó de una sociedad moderna y educada como era la alemana.

En el País Vasco existía y existe todavía, una conspiración del silencio en la que las víctimas son en parte culpables de lo que les sucede pues podrían vivir una vida ‘normal’ simplemente callando. Callando y permitiendo que otros hagan. La segunda condición planteada por el profesor Bullock se cumple también en el País Vasco, en el que hacer negocios, obtener ayudas o becas públicas, organizar exposiciones, y toda actividad económica, social o cultural de relevancia pasa tarde o temprano por el PNV y el entramado institucional nacionalista creado a lo largo de todos estos años. ETA genera el terror, las medidas coercitivas, (agita el árbol en términos nacionalistas siniestramente ilustrativos) que el nacionalismo ha aprovechado para crear una sociedad en la que ellos podían hacer (recoger las nueces), la mayoría callaba y unos pocos desaparecían.

Pero algo ha cambiado. Y ha sido la intransigencia del gobierno del PP a buscar compromisos o acuerdos con el terrorismo etarra en su vertiente criminal por un lado y con el nacionalismo en sus ambiciones anticonstitucionales por otro. Una intransigencia democráticamente sana producto de una convicción profunda en la democracia y un compromiso personal con la libertad y la vida. Nadie mejor que Jaime Mayor Oreja ha representado esa firmeza política como ministro del Interior y ese compromiso personal como presidente del PP en el País Vasco. Ahora que no es el candidato a la presidencia del gobierno, el abandono de la vida pública de Jaime Mayor sería la mejor noticia para los nacionalistas vascos (terroristas o no). La historia no es determinista y se hace camino al andar. El camino andado en los últimos años gracias a su liderazgo político y moral no puede ni debe ser desandado en los próximos por su ausencia. La España de hoy sigue necesitando a Jaime Mayor para afrontar los retos del mañana.

Porque ha sido esta nueva actitud de apoyo y reconocimiento explícito a las víctimas del terrorismo, en particular a los que se juegan la vida a diario sólo por el hecho de vivir, ellos sí, una vida normal, lo que ha permitido que surjan movimientos de resistencia cívica dentro del País Vasco (Basta Ya, Foro de Ermua…). Algo impensable hace sólo unos años. Son estos movimientos los que han ‘conspirado’ contra la conspiración del silencio y han alzado la voz negándose a mirar para otro lado. Y hablan fuerte y claro. Son ellos los que están frustrando los planes independentistas del nacionalismo que requieren de ese silencio cómplice para tener éxito. De esto son conscientes los nacionalistas vascos, que han reaccionado contra estas organizaciones con mayor furia y firmeza que nunca mostraron contra los terroristas y sus cachorros (Batasuna, Egunkaria, Jarrai, Gestoras…)

Nada más ilustrativo que las palabras de Rosa Díez tras la muerte de Joseba Pagazaurtundua: …que digamos alto y fuerte lo que pensamos…que denunciemos a los responsables de lo que nos están haciendo…para que se sepa dentro de unos años, cuando sus nietos les pregunten a Martiarena, a Atutxa, a Ibarretxe, a Artzalluz, a Gabilondo, cuando les pregunten ‘¿qué hacíais vosotros mientras mataban a tantos amigos y compañeros?’ Para que no puedan decir que no sabían. Para que toda Euskadi, toda España y todo el mundo sepa que sabían y callaban y que se aprovechaban de nuestra falta de libertad…para eso tenéis que hablar fuerte y cada día, para que no digan que no sabían y tengan que agachar la cabeza y morirse de vergüenza. Saben y callan.

Son ellos, los miembros de estas organizaciones, los que desde hace tiempo empezaron a hablar fuerte y cada día y por ello arriesgan su vida. Son ellos, unos pocos, unos pocos felices, un bando de hermanos, los que, cuando ETA sea parte del pasado, y lo será, podrán levantar la cabeza y dar sentido a las palabras de Enrique V antes de la batalla de Agincourt en la obra de Shakespeare, el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares,… se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispín… invitará a sus amigos y les dirá:. ‘Mañana es San Crispín’. Entonces se subirá las mangas, y, al mostrar sus cicatrices, dirá: ‘He recibido estas heridas el día de San Crispín…otros se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín’. Son ellos los que se podrán alzar orgullosos cuando otros se consideren malditos por cobardes o cómplices. Son ellos los que garantizan el triunfo de la libertad en el País Vasco. Y por ello, Rosa, Jaime, a todos vosotros, gracias.

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