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Alberto Míguez

Abu Alá, más de lo mismo

Lo primero que ha hecho el presidente de la Asamblea palestina, Abu Alá, tras haber sido propuesto como nuevo primer ministro por Arafat, fue pedir garantías de que Estados Unidos y la Unión Europea le apoyarían y ayudarían en su difícil tarea. Tiempo perdido porque ¿qué van a hacer americanos y europeos sino garantizarle un mínimo apoyo aunque no sirva absolutamente para nada, como sucedió con su antecesor?

Abu Alá es casi un clónico de Abu Mazen: miembro de la vieja guardia de Arafat, militante disciplinado y respetuoso con todo lo que diga el “rais” y empresario próspero en esa Palestina de todas las corrupciones. En esa jaula de grillos que es el Parlamento palestino nunca se le ha visto un gesto de rebeldía o disidencia con respecto al eterno número uno. Como Abu Mazen, Abu Alá participó en las negociaciones con los israelíes desde Oslo y en otras justas dialécticas. Pero, también como su antecesor, hizo lo que le mandaron disciplinadamente, sin dudas ni subterfugios.

Con estos antecedentes está claro que el nuevo primer ministro será comodísimo para el “rais” y que hará lo que a Arafat le convenga. En la Mukata y sus alrededores cualquier veleidad de independencia suele castigarse severamente. No conseguirá el nuevo primer ministro, por ejemplo, poderes plenos para acabar con los terroristas de Hamas o para convencerlos de que, junto con el resto la nebulosa terrorista palestina, abandonen la estrategia de la tensión y el crimen. Intentará negociar, como hizo su antecesor, pero finalmente serán los más radicales y los mejor armados quienes se salgan con la suya. Así ha sucedido en los últimos tiempos mientras se intentaba potenciar la llamada “hoja de ruta”, hoy difunta. Ninguna razón hay para que las cosas cambien ahora porque las conductas y los hombres siguen siendo los mismos.

Tampoco es probable que Arafat le transfiera el control sobre las fuerzas de seguridad y policía que constituye la clave de su poder. Si acaso podrá hacer declaraciones y propuestas sobre un diálogo “sincero y directo” con los israelíes para reciclar el proceso de paz. Entre buenas palabras y gestos compungidos como hizo Abu Mazen irá ganando tiempo y mareando la perdiz. Porque de eso se trata: de ofrecer a la opinión pública internacional un rostro amable y pacífico mientras la gran tarea pendiente de la “hoja” se va perdiendo entre las brumas de la retórica y la sonrisa. Claro que Sharon y sus amigos no se chupan precisamente el dedo y parecen decididos a que esta vez Arafat no les tome de nuevo el cabello. El problema no está en Abu Alá, Abu Mazen y la miríada de funcionarios y atentos colaboradores intercambiables la autoridad palestina, sino en Arafat, en lo que representa e inspira. Todo lo demás es toreo de salón.

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