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Andrés Freire

La fortuna de Madrid

Durante el periodo constituyente, los periféricos forzaron un mapa autonómico que tenía como objetivo explícito debilitar al centro. A Castilla la Vieja (¡qué hermoso nombre que se ha perdido!) la dejaron sin salida al mar. A Madrid, la despojaron de sus provincias. Vascos y catalanes –las suyas son mentes muy antiguas– pensaron que con menos extensión y población Madrid se debilitaría. Los madrileños les tienen que estar muy agradecidos. ¡Cuántas ventajas tiene para ellos el que su comunidad sea uniprovincial, y que coincida, más o menos, con el mapa del Madrid metropolitano!

Piénsese en los dineros ahorrados. La actual Castilla-La Mancha es una sociedad rural, de población envejecida y dispersa, y por tanto muy cara de mantener con los estándares actuales (por ejemplo el saneamiento). Al igual que otras autonomías, lucha por conservar unos onerosos servicios sociales y educativos: centros de salud para pocos pacientes, colegios que siguen abiertos no por el número de niños sino por las lógicas presiones políticas de los padres y autoridades locales. La Comunidad de Madrid puede en cambio gastar ese dinero en universidades con vocación de liderazgo, como la Carlos III de Getafe.

Y qué decir de las carreteras. No hay necesidad de desarrollar y actualizar una extensa red de comunicaciones de poca densidad. De este modo, la Comunidad de Madrid puede concentrar sus inversiones en nuevas circunvalaciones (M-40, M-50) y en grandes vías que comunican su periferia con el centro de Madrid. Nada más ser creadas, nuevos barrios, industrias, incluso ciudades, surgen a la vera de estas autopistas.

Uno de los beneficios más curiosos es el de las ayudas europeas. Como saben, de no alcanzar determinado porcentaje de renta (75%) respecto a la media europea, las regiones se convierten en Objetivo 1, sujetas por tanto a generosas ayudas europeas. Por ello, en lo que ahora ya es zona metropolitana madrileña, en puntos fronteros de Toledo y Guadalajara, nacen centros industriales apoyados por las subvenciones de Europa. Barcelona no puede ni soñar con esta circunstancia.

Hasta en el plano político, la desaparición de Castilla la Nueva resulta una ventaja. Las tendencias clientelares de las zonas rurales y subvencionadas –favorecidas por un sistema electoral como el español, que prima sus votos– no entran en los cálculos políticos madrileños. Tampoco hay lenguas que preservar, ni identidades que mantener. Los líderes políticos de la Comunidad de Madrid, para demostrar que su existencia tiene sentido, han de prometer una buena gestión y ampliar las líneas de metro.

Las antiguas ventajas de Madrid no han terminado con la España de las autonomías. El sistema de comunicaciones español sigue siendo radial, y los planes del AVE no lo modifican, sino que lo acendran. Sus universidades se mantienen como las de referencia en España. Los españoles continúan emigrando a Madrid para hacer carrera. Y Castilla sigue organizando su territorio en torno a la capital (carreteras a Madrid, turistas de Madrid, Telemadrid).

Con estas ventajas, Madrid ya ha dejado atrás cualquier semblante de poblacho manchego. Ahora es una ciudad mundial, que avanza firmemente en pos de convertirse en la gran capital del sur de Europa. Un monstruo pujante que atrae ahora a ciudadanos de todo el mundo, y que cada día que pasa está más por encima de la vieja España que la rodea.


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