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Andrés Freire

Suicidio por lingüística

Más que una noticia, es una metáfora. Venía recogida en El Mundo del pasado lunes 15 y contaba el malestar de los pilotos que envía el gobierno central a reforzar el servicio contra incendios en Cataluña, cuando hay urgencias. Parece ser que tienen graves problemas de comunicación a causa de que el servicio de la Generalitat funciona en catalán. En el fragor del fuego, los pilotos, bastantes de ellos de Europa oriental, “no tienen todos los elementos informativos de lo que sucede, lo que podría dar lugar a situaciones de riesgo”. El periódico da a entender que algunos aviones han regresado a la base sin realizar sus misiones. Al igual que el viejo romano que decía eso de “que haya justicia aunque perezca el mundo”, los catalanes de hoy parecen proclamar “que arda Cataluña, pero que lo haga en catalán”.

Las estadísticas de inmigración cuentan una historia parecida. En pocos años hemos comprobado cómo los extranjeros tienden a agruparse entre sí, lo que provoca una suerte de especialización migratoria de las distintas regiones de España. Los datos de Cataluña son inequívocos. Una muestra extraída de las estadísticas oficiales del 2001: 61.000 marroquíes en Barcelona frente a los 36.000 de Madrid; 10.400 pakistaníes frente a 400. En cambio, 34.000 ecuatorianos en Madrid, 13.000 en Barcelona. Jordi Pujol se ha quejado amargamente por ello y dice –no sin razón– que en Madrid no notan tanto el problema de la inmigración porque en la capital tienden a asentarse los iberoamericanos, que se integran con mucha mayor facilidad. Lógicamente, los hispanos prefieren residir donde su idioma es una ventaja, y no un problema. Y problema es, como lo demuestran las quejas constantes de la Generalitat por el poco afán de los iberoamericanos por aprender catalán, que contrasta con la buena voluntad de los magrebíes.

Pocos sitios hay peor equipados intelectualmente para el mundo del siglo XXI y sus mareas migratorias que Cataluña. Escuchaba el otro día a Carme Chacón explicar a Gemma Nierga (ambas son materia inagotable para artículos) su concepto de una España plural que celebrara “a personas de distintos territorios y muchas de nosotras con distintas lenguas y distintas culturas”. ¡Qué autoengaño colectivo, el de los bien intencionados progres catalanes! Piénsese lo que se piense acerca de la relación entre Cataluña y el resto del territorio peninsular, las personas que lo habitamos somos bastante homogéneas: misma raza, religión, lengua (variaciones sobre el tronco común ibero-románico), historia, tradición cultural... Hay pequeñas diferencias, y sobre el narcisismo de estas pequeñas diferencias se construyen los nacionalismos españoles.

Lo anonadante del progrerío catalán a lo Chacón es que gusta de creer que el modelo de asimilación de andaluces conocido como “normalización lingüística”, es equiparable a la situación que se producirá con los hijos de los inmigrantes africanos. Andaluces y murcianos han sido catalanizados con éxito. Lo mismo ocurrirá con marroquíes y senegaleses. ¡Ilusos!

Pretender acercarse al siglo XXI con los instrumentos intelectuales del siglo XIX, como hace el catalanismo, es un suicidio seguro. Nuestro futuro –lo anuncian los casos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda– apunta hacia una segregación racial casi institucionalizada. En esa tesitura, una industria educativa y cultural destinada a que los futuros catalanes incorporen Una Lengua, Una Cultura, Una Historia es obsoleta hasta la comicidad.

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