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Sesenta individuos y organizaciones han acudido en socorro de Julio Medem. Entre otras luminarias, Fernando León de Aranoa, Alex de la Iglesia, el Gran Wyoming, Manu Chao y Muguruza han firmado un papel en el que denuncian “el acoso político y mediático al que se ha visto sometido” el director. Pobre Medem, hizo una película “con la mejor intención” y ¡se le ha criticado! Pero, ¡qué atrevimiento! A los artistas no se les critica. Se contemplan sus obras, se escuchan sus razones y si no se les aplaude, se calla uno. De lo contrario, se vulnera su libertad de expresión, la cual significa para estos padres de la cultura, libertad para ellos y censura para quienes les critican. Se ve que los usos de las sociedades plurales y democráticas aún no han calado en ese espeso mundillo.

Tampoco ha calado de qué va “el conflicto vasco”. Meses atrás, unos actores que se las daban de valientes oponiéndose a la guerra en Irak, se acordaron de las víctimas del terrorismo sólo porque les obligó a ello la presión de la opinión pública. Enviaron al País Vasco a unos cuantos que participaron, con cara de miedo, en una manifestación contra ETA. Normal. Para manifestarse contra ETA allí hace falta más valor que para llamarles asesinos a los del PP, y ese valor se adquiere, en buena medida, comprendiendo lo que pasa, lo que está en juego. Pero eso es algo que los sesenta principales no pueden o no quieren entender. A pesar de que, según dicen en el documento con grimosa cursilería, “es saludable y positivo que la actividad cultural se adentre en los recovecos de la realidad”.

Pero, ¿qué recovecos, si no ven la montaña de realidad que tienen delante? ¿Cómo es posible que a estas alturas alguien, aunque sea crítico de cine, crea que en el País Vasco hay un conflicto de odios, en el que unos matan y otros anhelan venganza, y que por eso se niegan a dialogar y no se soluciona el “puto problema”? Visión que es, en bruto, la que tiene el propio Medem: dos polos generadores de odio, ETA y el gobierno de Aznar. ¿Y antes de Aznar, qué? No lo ha dicho Medem, que tampoco parece saber qué pasaba antes de que la malvada prensa de Madrid “criminalizara” al nacionalismo vasco, tremenda injusticia ésta que le movió a hacer la película.

Así que ignora o quiere ignorar que, en general, la prensa de Madrid permaneció durante años ciega, sorda y muda a lo que estaba pasando en el País Vasco y, en especial, ante las víctimas. Y que tuvieron que ser éstas y los vascos amenazados y marginados, los que dijeron ¡basta ya! Y los que pusieron al descubierto la raíz totalitaria del proyecto nacionalista. Porque eso es lo que se ventila allí: la lucha entre un proyecto totalitario y un proyecto democrático. Y esos son los dos polos: el Pueblo mítico, uniformizado, homogéneo, que se quiere imponer bajo la amenaza del terror, y la sociedad de ciudadanos, plural y heterogénea, que se defiende.

Medem puede hacer la película que le dé la gana. Hasta puede hacer una de apología de la ETA. Y atenerse a las consecuencias, claro. Lo que no puede hacer es darnos gato por liebre y que nos lo traguemos sin rechistar. Fernando Savater, uno de los que no quiso estar en el filme, declaró a La Voz de Galicia: “No me fiaba de sus planteamientos. Primero, porque nunca he creído que tenga el mismo derecho el que mata que el que no mata. Es como si la hace sobre los campos de concentración y habla el Gauleiter que dirige el campo y también el judío y luego dicen que no toman partido”. No todas las voces son iguales, no todas las ideas políticas son aceptables. La neutralidad es la forma, y la rendición, el fondo del mensaje. Otegui dijo que la película reflejaba bien “que el diálogo es la solución”. El diálogo al estilo Otegui es el de los atracos: dame la cartera o te rajo. Medem y sus compis están por soltar la cartera, porque piensan que va a manos de colegas. Por de pronto, su película ya ha encontrado amigos con pasta: la ETB, esa que no tenía hueco para los anuncios de las víctimas del terrorismo, y Canal+. Esos sí que son los recovecos de la realidad. Menudos falsos inocentes.


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