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EDITORIAL

Ibarretxe: ¿"paz" por territorios?

En el debate sobre política general en el Parlamento Vasco que tuvo lugar el viernes, Ibarretxe no ha añadido ningún elemento nuevo al borrador de su plan que ya publicó el diario ABC: nacionalidad vasca y asunción de todas las competencias del Estado, incluidas la Justicia y la Seguridad Social, salvo la de Defensa. Es decir, el Euskorrico nacionalista que Arzalluz e Ibarretxe prometieron justo después de mayo de 2001, cuando anunciaron que esta sería la legislatura en que la vía soberanista recibiría su impulso definitivo. Quizá la única novedad es que el PNV-EA prefiere esperar al resultado de las próximas elecciones generales, con la esperanza de que el PSOE acaso las gane en minoría, para pisar a fondo el acelerador con el debate del proyecto secesionista en la Cámara vasca, al que seguirá su posterior presentación en el Congreso y la convocatoria de un referéndum, sea cual sea el resultado de las negociaciones. Aunque lo más llamativo es la insistencia, no tanto en aspectos económicos como la fiscalidad o la Seguridad Social como en la creación de la “nacionalidad” vasca, de una Justicia exclusivamente vasca y de una legislación propia sobre partidos políticos.

Aparte de que estas cuestiones tienen valor propio para el PNV, es demasiado evidente que la insistencia en ellas por parte de Ibarretxe es reflejo del pacto al que llegaron Egibar y Otegi sobre el “plante conjunto” al Estado hace unos meses: el PNV se comprometería a no disolver SA, a relegalizar Batasuna en el futuro, a asumir la reivindicación proetarra del “DNI vasco” y a embotar el filo de la Justicia cuando ésta pretenda aplicarse a quienes ejercen el terror contra los no nacionalistas. A cambio, ETA-Batasuna apoyaría –o, al menos, no pondría dificultades– a la aprobación del plan Ibarretxe –que necesita los votos de SA en la Cámara vasca para salir adelante– y garantizaría la celebración del referéndum secesionista en un ambiente de no violencia, como no se cansa de repetir Ibarretxe.

No obstante, uno de los rasgos más característicos de los totalitarios son su mesianismo y, por tanto, su previsibilidad. Por ello, nadie puede engañarse respecto de las últimas intenciones de los nacionalistas vascos, ya sean los del PNV-EA o los de ETA-Batasuna, como tampoco nadie debió engañarse con Hitler. Para los nacionalistas vascos, no hay vida plena ni digna de ser vivida mientras no se construya un Estado vasco, completamente independiente y a su imagen y semejanza. Poco les importa la limitación del poder y los derechos y libertades individuales. Sólo les interesa construir una utopía tribal donde no tengan cabida quienes no desean formar parte de la secta nacionalista. Así, para ellos, cualquier concesión o pacto no es más que un jalón en el camino hacia el objetivo final. Jaime Mayor Oreja expresó esto muy bien el viernes en el Parlamento vasco, cuando afirmó que el PNV “se ha aprovechado de España para traicionarla después” y que Ibarretxe pretende asumir “la herencia política de ETA”.

Desde un punto de vista maquiavélico, el plan Ibarretxe habría tenido mucho más sentido hace quince o veinte años, cuando ETA asesinaba casi un centenar de personas al año. Sin embargo, el proceso de “euskaldunización”, es decir, de creación del pueblo vasco en el sentido nacionalista a través de la educación, de los medios de comunicación y del terror aún no había avanzado lo suficiente y al PNV le interesaba presentarse como la solución “moderada” dentro de la legalidad. Paradójicamente, hoy, cuando puede decirse que ETA-Batasuna está fuera de la esfera política y contra las cuerdas en el ámbito “militar”, es cuando Ibarretxe quiere ofrecer “paz por territorios”. Ibarretxe ve con toda claridad que el fin de ETA-Batasuna, más próximo que nunca, es también el fin de sus aspiraciones; pues mientras no haya consolidado su poder, necesita a los etarras del mismo modo que Hitler necesitaba a las SA.

Por todo esto, hoy más que nunca es preciso oponerse con toda energía a las pretensiones de Ibarretxe, sin equidistancias, medias tintas, planes alternativos o modificaciones en el Estatuto de Guernika, como propone el PSE. Cualquier muestra de debilidad sólo hace concebir mayores esperanzas a quienes ven cómo la única forma de salvar su utopía totalitaria es huir hacia delante atropellando al Estado de derecho, con la esperanza de que su temeridad haga retroceder a quienes tienen la obligación de defender, como ha exigido Fernando Savater, la única garantía de libertad e igualdad ante la ley que todavía les queda a los vascos no nacionalistas.


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