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EDITORIAL

El engendro de Ibarretxe y Arzalluz

Cuando aún no se había fundado la nueva ciencia de la Genética, los legisladores, al definir a la persona física, creyeron oportuno incluir algunas previsiones que hoy son completamente innecesarias. Así, el Art. 30 del Código Civil establece que “Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana y viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno”. Es decir, sólo pueden ser personas las que nazcan de mujer y tengan aspecto humano. En el siglo XXI sabemos que esto es, evidentemente, un pleonasmo; sin embargo, en el siglo XIX quizá aún se creía posible que, por algún azar de la naturaleza o por algún ayuntamiento contra natura, una mujer podía concebir y dar a luz, por ejemplo, un centauro, o que de una vaca podría salir un minotauro.

Pero la Ciencia aún no ha logrado, por desgracia, erradicar la posibilidad de que la zoofilia política produzca monstruos. Según dijo Arzalluz en el día de su partido, la sociedad vasca –nacionalista, se entiende, pues para él no existe otra digna de ese nombre–, que se ha encargado de gestar el engendro que llevará el apellido de su padre –Ibarretxe–, ya ha roto aguas. El feliz abuelo todavía no sabe si será “niño” o “niña”, pero sí tiene muy claro que en su bautismo político está dispuesto a hablar con ETA y con todo el mundo... ¡Hasta con Aznar y el PP!, a tanto llega la generosidad fruto de su alegría.

Es difícil predecir qué aspecto final tendrá la criatura fruto del cruce entre la democracia cristiana nacionalista y la víbora etarra; pero de lo que no cabe duda es de que el engendro no tendrá, en modo alguno, ni aspecto legal ni virtudes democráticas. Más bien, reunirá los peores vicios de sus progenitores: concebido en Estella contra natura y en pecado político, en el plan Ibarretxe, del que ya se poseen nítidas ecografías, pueden apreciarse con claridad las escamas y la cola de la serpiente de ETA rematada en una cabeza que semeja la del furibundo racista Sabino Arana, en la que destacan ya unos colmillos repletos de veneno político destinado a neutralizar o aniquilar a todo aquel que se atreva a negar legitimidad y carta de naturaleza al todavía nonato monstruo.

Sin embargo, al igual que el Código Civil deniega –innecesariamente– la inscripción de los monstruos en el Registro Civil, la Constitución también prohibe –esta vez muy oportuna y necesariamente– las criaturas políticas que carezcan de forma y sustancia legal. Es más, provee los instrumentos necesarios para hacer que los padres “aborten” de grado o por la fuerza; de modo que el engendro no llegue a vivir “veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno”. Sólo es necesaria la voluntad política para emplearlos y librar al conjunto de la sociedad vasca –no sólo la nacionalista– de un monstruo llamado a completar y superar las “hazañas” políticas de sus padres, quienes han amenazado con huir y parirlo fuera del techo constitucional y estatutario, al raso y en los montes de la ilegalidad.

El Gobierno y el PP están dispuestos a emplear esos instrumentos llegado el momento. El PSOE, en principio, también... Sin embargo, Zapatero y López siguen insistiendo en que antes es preciso presentar una criatura propia al bautismo político, eso sí, con alguna anomalía o deformidad menor que sirva de consuelo a los nacionalistas cuando tengan que renunciar a su engendro totalitario. Olvidan irresponsablemente que los nacionalistas no se contentarán con un niño humano sin brazos o con seis dedos. Ellos quieren la serpiente con cabeza de Sabino Arana, y si aceptan el niño deforme será sólo para seguir gestando mientras tanto su propio monstruo.


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