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La mitad de los votantes californianos, lo dicen los resultados de las elecciones a gobernador y se colige de los comentarios leídos y oídos en esta vieja Hispania, son tontos de remate. Han elegido a “un musculitos que sólo ha acreditado ser capaz de poner cara de maloso y de meter mano a varias compañeras de trabajo”, leo de un catedrático en La Voz de Galicia. Su victoria confirma la irremediable banalización y frivolización de la política... sólo en Estados Unidos, único lugar donde “tocar el culo de una señora sin su consentimiento da tanta publicidad como besar a un niño”, leo de una columnista de La Razón. Y son bobos los californianos porque, como decía el otro día el corresponsal de Antena 3, “nadie tiene ni idea de lo que haría (Arnold) de llegar al poder, pero en el estado alegre de California el carisma cuenta más que el programa”.

Tanto, que los votantes han decidido echar al gobernador que habían reelegido quince meses antes, porque se percataron de que llevaba a la ruina a ese estado donde la gente no se preocupa de los asuntos graves, no, sólo del bronceado y el oleaje para el surf. O sea, que son memos los californianos. Desde luego, dos terceras partes, los que votaron por la destitución del demócrata Davis, han demostrado su voluntad de defenderse de los políticos ineficaces y mentirosos como el citado, que engañó acerca de la amplitud del déficit público. Que eso se hiciera gracias a que un señor puso los millones para lanzar una campaña de recogida de firmas, no le resta un ápice de ética democrática al procedimiento. ¿O es que no nos parece bien que tengamos la posibilidad de destituir a un gobernante antes de que toque?

Pues en la vetusta Hispania no nos parece bien. Ni nos parece bien, como sociedad clasista y estamental que somos, donde cada uno nace y se educa para ocupar un puesto y no otro, que un tipo que era culturista y llegó sin blanca a los USA, escale todas las cimas y se convierta en un actor multimillonario, hombre de negocios, miembro del clan Kennedy y ahora, gobernador de California. Y nos duele que, una vez más, se cumpla el “sueño americano” que tanto hemos ridiculizado en la vieja Europa (la que nunca fue comunista). Aunque sobre todo nos duele que el “sueño” aquí sea prácticamente irrealizable. Todo está atado y bien atado, hay muchos menos huecos para la iniciativa, el mérito personal, la tenacidad y la ambición de un don nadie que en los Estados Unidos. Pero en lugar de pensar en qué fallamos, denigramos el “sueño americano” sin darnos cuenta de que expresa un anhelo fundamental del individuo: la voluntad de hacer lo que realmente le gusta y triunfar en ello.

Lo que triunfa aquí es la visión simplista y caricaturesca de la sociedad americana. La despreciamos y la demonizamos, pero la imitamos, con bastante retraso por cierto. Terapia para el resentimiento. Somos más pobres y menos exitosos que ellos, pero, ah, qué superiores ética, intelectual y artísticamente nos sentimos. Schwarzenegger viene de la vieja Europa y algunos de sus defectos también. Por ejemplo, la supuesta admiración por la oratoria de Hitler. ¿Nos hubiéramos escandalizado igual si el sujeto admirado hubiera sido el padrecito asesino Stalin? Seguro que no. En cuanto a los llamados “abusos sexuales”, ¿cuántos juegos como los que han denunciado ahora de Arnold, no habremos soportado muchas mujeres de compañeros de trabajo, jefes, o tíos que pasaron por nuestro lado? Aquí callamos, pero haberlos haylos.

A mí me parece una buena cosa que el ejemplo de Schwarzenegger cunda, y más actores, cantantes y celebridades se lancen a la política. Que dejen de rajar sin rendir cuentas y se sometan a las urnas. Me encantaría no votar a Bardem, a Medem, a Almodóvar, a Ana Belén y a tantos y tantas otras. Venga, a levantar pesas y al ring político, que el músculo y el seso, contra lo que creen doctos y seguramente fofos comentaristas, no están reñidos.


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