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Pío Moa

¡Es la democracia, estúpido!

Ha sido comentario común que la actitud de los “padres de la Constitución” en Gredos ha sido poco satisfactoria, a la defensiva. Parece que los ataques de Ibarreche, Maragall, Mas, Elorza y toda la tropa les han causado impresión, llevándolos a un terreno falso, el de la reforma constitucional.

Que la Constitución dista de ser perfecta y contiene ambigüedades peligrosas lo sabemos todos. Pero pese a ello ha tenido efectos en su conjunto excelentes. Ha sido elaborada por consenso y no por rodillo como la republicana, ha permitido una alternancia no traumática en el poder y una convivencia espinosa, pero aceptable y pacífica en lo esencial. A este panorama sólo se oponen dos excepciones, una grave y otra sólo alarmante: Vascongadas y Cataluña.

En la primera región, la democracia, en rigor, no existe. La mitad de la población se halla acosada por la agresividad nacionalista, que ha sabido combinar el asesinato con la maniobra legal, el hostigamiento a los disidentes con la vulneración hipócrita de la ley, la protección a los asesinos con el desprecio a las víctimas, la manipulación de los niños y jóvenes con las apariencias de moderación… En cuanto a Cataluña, los nacionalistas ejercen una auténtica discriminación, por el momento aceptada casi en silencio, sobre una mitad de la población que no comparte sus presupuestos; una opresión difusa, con mucha menos violencia que en Vasconia, pero no menos efectiva.

Pues bien, son los responsables de esas situaciones quienes, con descaro y cinismo increíbles, pretenden reformar la ley fundamental, y, naturalmente, hacerlo en un sentido que les permita reforzar todavía su opresión sobre los no nacionalistas. ¿Cómo se les da cancha y se habla de reformas, en lugar de recordarles a unos y otros la realidad que han construido en sus regiones? Por supuesto, la Constitución puede reformarse pero, si acaso, en el sentido contrario al propuesto por ellos, es decir, para garantizar una mayor libertad y pluralidad. El problema no es la reforma, sino la democracia, ¡una vez más!, planteado, con una mezcla de perversión del lenguaje y de chantaje apenas disimulado, por quienes intentan restringirla o abolirla.

Tengo la impresión de que las autonomías han funcionado pasablemente, con muchos aspectos negativos, aunque más positivos, pero ya va siendo hora de hablar menos por impresiones y más a partir de conocimientos claros. Un cuarto de siglo es tiempo suficiente para hacer un balance de cómo ha afectado el estado autonómico a la libertad, la diversidad, la prosperidad y el pluralismo de los españoles, y enfocar las correcciones precisas. Ese estudio y balance debiera acometerse por quienes puedan hacerlo, a fin de plantear el problema sobre un suelo sólido. Nos ayudaría mucho para hacer frente a los manejos balcanizantes de los enemigos de la libertad.


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