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EDITORIAL

Zapatero desprecia a nuestros aliados

El líder del principal partido de la Oposición dio el domingo, en el desfile de la Fiesta Nacional, una zancada más en la loca carrera de contradicciones y despropósitos en que se halla inmerso el PSOE, que le dirige en derechura hacia el desastre electoral. A la indefinición sobre el modelo de Estado, a la ruptura del Pacto de la Justicia, a la propuesta de supresión de la Guardia Civil –a cuyo paso en el desfile aplaudió, por cierto, con entusiasmo–, y a tantas otras “ocurrencias” en las que ha dilapido su escasa credibilidad y capital político –como la “trama” de la Asamblea de Madrid–, Zapatero se obstinó ayer en levantar acta –por si todavía alguien no se había enterado– de su postura en la guerra y en la posguerra de Irak. Una postura idéntica a la que mantiene Izquierda Unida y que apenas cabe diferenciar de un apoyo pasivo al extinto régimen de Sadam, aun después de descubrirse los crímenes y las atrocidades de las que dan fe las fosas comunes y aun a pesar de que la ONU aprobara la presencia de las fuerzas de la Coalición para garantizar la seguridad y la reconstrucción de Irak.

La negativa de Zapatero a levantarse de su asiento en la tribuna de autoridades para honrar las banderas de los países con los que compartimos la misión de pacificación y reconstrucción de Irak –Polonia, República Dominicana, Honduras, El Salvador, Nicaragua y, sobre todo, EEUU– es una injustificable falta de respeto a nuestros aliados que, junto con nuestros soldados –Zapatero sí aplaudió complacido a la Legión, parte de cuyos efectivos están desplegados en Irak bajo mando polaco– arriesgan su vida para devolver a los iraquíes la esperanza de un futuro en paz y en libertad. El mismo desprecio y falta de respeto que mostró Llamazares, quien, además de no acudir la parada militar, la calificó como “el desfile de la guerra de Aznar”.

Poco o nada más podía esperarse de un partido antisistema como IU, que recoge complacido las migajas del banquete totalitario de Ibarretxe, que tiene como modelo referencial la Cuba de Castro y que jamás ha ocultado su simpatía por Sadam. Pero sí cabía no sólo esperar sino exigir al líder de la Oposición y candidato a la presidencia del Gobierno que al menos observara las reglas de la más elemental cortesía con nuestros aliados –como en 1991, cuando González se desvivía por cumplimentar a Bush padre mientras Zapatero se limitaba a apretar el botón del voto en el Congreso cuando se lo ordenaban– en el marco de un acto institucional como el desfile del 12 de octubre. El leonés que aterrizó en Ferraz de la mano de Balbás, Tamayo y Maragall parece no haberse dado cuenta de que su posición no es la de un simple espectador que puede elegir y administrar a voluntad sus aplausos y sus gestos, sino la de un candidato a la presidencia del Gobierno que, en todo momento, debe estar preparado para comportarse como un estadista responsable y consciente de cuál es la frontera entre el interés del partido y el interés de España. Con su notorio desprecio a nuestros aliados, Zapatero, una vez más, ha perdido la ocasión de demostrarles a los españoles que puede gobernar España mejor de lo que gobierna su partido.


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