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Víctor Llano

Isabelita

Según la embajadora de Castro en Madrid, un “tratamiento tendencioso” de las informaciones relacionadas con Cuba impide a los españoles conocer la realidad de su país. Tiene razón. Por una vez ha dicho la verdad. La inmensa mayoría de las noticias que en España podemos leer sobre Cuba ocultan la realidad y tendenciosamente tratan de justificar los crímenes del régimen que ella representa. Pocas veces en la prensa española se rechazan las decisiones de Fidel Castro sin antes justificarlas por el bloqueo que nunca existió. ¿Qué corresponsal español en La Habana se ha atrevido a pedir que le dejen entrar en Villa Marista? ¿Qué medio salvo el nuestro critica la inversión española en la Isla? ¿En dónde podría yo escribir lo que escribo de Cuba que no sea este periódico? En ningún sitio. Quizás por eso Isabelita jamás me haya invitado a las ruedas de prensa que cada pocos meses ofrece en su palacete del Paseo de La Habana en Madrid.

La que fue viceministra de Asuntos Exteriores y directora del Centro de Prensa Internacional, sabe mejor que nadie que es cierto lo que denuncia Reporteros Sin Fronteras en su último informe. Isabel Allende puede presumir de ser la embajadora en España de la mayor cárcel del mundo para periodistas. Hace unos meses corrió el rumor de que iba a pedir asilo en Madrid. Por lo visto, reflexionó y decidió esperar un poco más. Ella sabrá lo que hace. Pero quizás cometa un error si considera que va a tener todo el tiempo del mundo para abandonar un barco que se hunde sin remedio. Recuerdo una tarde en la que coincidimos en Casa de América. Se desmayó y rodó por el suelo justo en el momento en yo le preguntaba a Eusebio Leal por los presos de conciencia cubanos. Yo entonces no me di cuenta –estaba muy ocupado en evitar los empujones de los que me consideraron un impertinente por interesarme por las víctimas de su jefe– pero según me contaron después, Isabelita sufrió una especie de desvanecimiento. Desde aquí le pido disculpas. Comprendo su turbación. No está acostumbrada a que en España se haga este tipo de preguntas a un destacado miembro de la Asamblea del Poder Popular. Quizás por eso nunca me invita a su palacete.

De verdad que lo siento. En cualquier caso, no voy a perder la esperanza. Tal vez cuando se decida a pedir asilo me conceda una entrevista. Pero claro, entonces ya no será embajadora y no podrá enseñarme el fastuoso edificio que disfruta en una de las mejores calles de Madrid. Siento no poder decirles qué hay dentro. Nunca he podido entrar. Siempre que voy por allí es para informar de alguna concentración de cubanos víctimas de Fidel Castro. Pero ella nunca me abre la puerta. Cierra todas las ventanas. La llamo, pero no me responde. Cuando dentro de pocos meses pida asilo en España se lo recordaré. No entiendo por qué me evita de esta manera. No tiene nada que temer. No puedo acusarle más que de embustera. Ella no es mala. No es como su colega en París que ordenó a uno de sus gorilas que amenazara con una pistola a los cubanos que se acercaron a su residencia para preguntar por Raúl Rivero. Isabel no es así. Es más dulce y más frágil. Todos la creeremos cuando para pedir refugio en nuestro país reniegue de los que hoy son sus camaradas. Pero que no se demore. Se le va a pasar el arroz.


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