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Fernando Serra

Zapatero necesita más clases

Como captaron aquellos micrófonos indiscretamente abiertos, no parece que Jordi Sevilla haya dedicado más de dos tardes en explicarle a Rodríguez Zapatero algunas nociones de economía, y con este bagaje teórico se ha atrevido a intervenir en el debate de los Presupuestos. El secretario general socialista ha centrado sus críticas a la escasa productividad de la economía española, asegurando que este indicador ha caído desde que gobierna el PP. Zapatero ha querido quitar así importancia a la creación de empleo ya que, según él, ganar en productividad es más decisivo para el bienestar que trabajen un mayor número de personas.
 
Parece que Sevilla le ha explicado a su dirigente algo obvio y que éste lo ha entendido más o menos bien. Efectivamente, la creación de riqueza y el desarrollo económico consiste, esencialmente, en producir más bienes y servicios, y que, en principio, es secundario alcanzar este objetivo con igual, más o incluso menos trabajadores. Es decir, que la producción, como nos enseñó Henry Hazlitt, es el fin, y el empleo, únicamente el medio para conseguirlo. Existe además una experiencia histórica contundente: en los países del socialismo real había pleno empleo y parece que esto no condujo al bienestar de la población.
 
Pero si Zapatero no se hubiera conformado con sólo dos días de clase, habría tal vez aprendido que la productividad que estadísticamente se consigue medir, y sólo de forma aproximada, es la llamada productividad aparente, que únicamente tiene presente el factor trabajo al relacionar el PIB con el número total de ocupados. Puede resultar entonces, como así ha sucedido en muchos trimestres desde 1996, que la productividad aparente llegue a ser negativa dada la intensa creación de empleo que se ha originado en estos últimos años. Pero ni siquiera esta forma de medir la productividad es fiable, porque no se tienen en cuenta, por ejemplo, la duración de las jornadas de trabajo, los días festivos ni, y esto sí que es importante, la formación de los empleados.
 
Más difícil es todavía medir la productividad total, es decir, la que aportan todos los factores de producción: el factor trabajo, que es relativamente semejante al aumento del empleo; el factor capital, que equivaldría a su inversión neta y, finalmente, una serie de factores de muy complicada evaluación, como la aplicación de nuevas tecnologías, I+D e, incluso, la eficacia en la gestión empresarial. Y es todavía más complejo evaluar cada factor productivo en el incremento de la productividad.
 
Tal vez Sevilla debería haber pedido ayuda a su compañero Miguel Sebastián para explicarle a Zapatero que si el incremento del empleo es el único factor de la productividad, ésta habría aumentado hasta un punto para luego decrecer, como enseña la teoría de la productividad marginal. Y, sobre todo, que si la riqueza de las familias españolas se ha duplicado desde 1995, como aseguraba hace poco el  Banco de España, esto sólo es posible con un apreciable aumento de la productividad total.

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