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Carlos Sabino

Venezuela y Bolivia

La renuncia forzada del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia abre un escenario preocupante para toda nuestra región. Si bien los errores del veterano gobernante fueron muchos –pues insistió en aumentar los impuestos en un país que no podía soportarlo y condujo una represión que ensangrentó la nación andina– hay importantes puntos que indican que la crisis, en realidad, se profundizó de un modo deliberado y está siendo utilizada por fuerzas antidemocráticas para desestabilizar Bolivia. El parecido con lo ocurrido en Venezuela es mucho más alarmante que lo que indican las apariencias.
 
El presidente boliviano, es cierto, no fue electo por una mayoría de los bolivianos: con poco más del 20% de los votos, superando apenas a Evo Morales, fue designado por el congreso según las normas de la constitución del país. Pero esta falta de apoyo, que debilitó su gestión, no fue suficiente para que lo depusieran: se necesitó de la acción casi insurreccional del mencionado Morales quien, junto con el indigenista Felipe Quispe, promovieron y realizaron cierres de carreteras, manifestaciones violentas y todo tipo de acciones para oponerse a su gobierno, y en especial a una iniciativa tan normal y favorable al desarrollo económico como la de construir un gasoducto para exportar el gas boliviano. El presidente venezolano Hugo Chávez aportó ayuda moral y política –y probablemente también financiera– a un movimiento que lo reconoce como líder y que coincide bastante con sus ideas contrarias a la globalización y favorables al castrismo, así como con sus métodos de lucha basados en la intimidación y la amenaza.
 
Al igual que Chávez y sus seguidores en Venezuela, estas fuerzas políticas apelaron a todos los recursos para imponer sus designios al país: ahora quieren, igual que aquí, que se convoque a una constituyente que las leyes bolivianas no contemplan y amenazan al nuevo gobierno de Carlos Mesa con proseguir sus acciones si éste no cede a sus demandas, que incluyen entre otras la de poder cultivar la coca que se exporta para la fabricación de cocaína. Morales es el líder de los cultivadores de esa hoja.
 
El parecido esencial entre Venezuela y Bolivia surge de una práctica que ya siguieron los fascistas en décadas pasadas y que va extendiéndose peligrosamente hoy en nuestra región: utilizar los mecanismos de la democracia para crear gobiernos no democráticos, aprovechar todo resquicio legal para subvertir el orden y, luego, desde el poder, tratar de imponer a toda la nación su voluntad.
 
Es verdad que Chávez accedió a la presidencia en elecciones libres, no condicionadas, y que luego logró que se aprobara su famosa constitución "bolivariana" mediante el voto, aunque esto se produjo con una mínima participación electoral. Pero luego, aprovechando una supuesta situación transitoria, el militar venezolano consolidó un monopolio del poder casi absoluto, comenzando a desarrollar su proyecto de consumar la estatización de la economía y seguir el sendero cubano hacia el "mar de la felicidad" de la isla comunista. Sólo un amplio movimiento ciudadano de repudio a su proyecto ha logrado impedir hasta ahora que estos designios se consumen y que exista la posibilidad, aún no del todo segura, de poder votar para revocar el mandato de un caudillo que ha prometido gobernar hasta el año 2021.
 
Bolivia se encuentra en una situación difícil: acosada por un movimiento que, aunque minoritario, está dispuesto a todo para imponerse a los demás, corre el riesgo de llegar al caos y la anarquía o de dejar que estas fuerzas asuman de una vez el control del país. La experiencia venezolana no debería desestimarse en estos tiempos de crisis. A los bolivianos no les costó demasiado deshacerse del gobierno de Sánchez de Lozada pero, si permiten que Evo Morales llegue al poder, encontrarán que resultará casi imposible sacudirse el yugo del caudillo cocalero.
 
Carlos Sabino es corresponsal de la agencia © AIPE en Caracas.

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