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Juan Manuel Rodríguez

Joyce, Becker y un artículo de Wallace

Cualquiera que fuera a escribir sobre tenis (o sobre otro deporte) tendría antes que leerse detenidamente el artículo de David Foster Wallace titulado "El talento profesional del tenista Michael Joyce como paradigma de ciertas ideas sobre el libre albedrío, la libertad, las limitaciones, el gozo, el esperpento y la realización humana" (ese es sólo el titular, luego sigue el artículo no vayan a creerse que termina ahí). DFW escribe sobre Michael Joyce que "en realidad no le interesa nada más aparte del tenis. Tiene un grupo de amigos añejo e íntimo en Los Ángeles, pero da la impresión de que la mayoría de sus relaciones personales las ha hecho por medio del tenis. Ha salido con algunas chicas. Es imposible averiguar si es virgen. Resulta asombroso e imposible, pero me da la impresión de que lo es (...) Michael Joyce es un hombre completo (aunque de una forma grotescamente limitada). Pero quiere más. No estar más completo; él no piensa en términos de virtud o de trascendencia. Quiere ser el mejor (...) Es americano y quiere ganar. Quiere eso y pagará para conseguirlo".
 
¿Cuánto?... ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar?
 
La impresión que extraje de la lectura del seguimiento concienzudo que Wallace hizo de un tenista que cuando el artículo salió publicado en "Esquire" (1996) estaba clasificado el septuagésimo noveno del mundo es que Michael Joyce pagaría lo que fuera, vendería su alma al mismísimo diablo con tal de llegar a convertirse en el número uno del ránking de la ATP. Es lo mismo que me confesó un día José Higueras, entrenador por aquel entonces de Jim Courier: "si le aseguro que saltando de un décimo piso mejorará su drive, Jim saltará al vacío sin pensárselo dos veces". ¿Curioso no?
 
Ahora Boris Becker confiesa en su autobiografía que fue adicto a los somníferos y el alcohol durante una larga etapa de su vida. "Contra la falta de sueño había Planum, contra el dolor había otras pastillas (...) Contra la soledad, me ayudaban las mujeres y el whisky (...) Fue en una noche fría del mes de octubre cuando le pedí a mi esposa que me disparara". Parece más un cuento de Dashiell Hammett que otra cosa, pero no. Es el relato en primera persona del hombre que ganó Wimbledon en tres ocasiones. No sé cómo acabaría Michael Joyce. La primera y última vez que tuve idea de su existencia fue por el magnífico artículo de Wallace. Me tomé como una cuestión personal comprobar si aquel tenista "completo aunque de una forma grotescamente limitada" existía realmente o si, por el contrario, sólo era fruto de la imaginación de DFW. Espero que un calendario de locos, el desfase horario provocado por el jetlag, el stress y la soledad del circuito no acabaran con él como estuvieron a punto de hacerlo con "boom-boom". Espero que no acabara saltando al vacío para mejorar su golpe de drive.

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