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Víctor Cheretski

¡Shervarnad[-]ze gotov!

La palabra “gotov” (acabado) recorrió el mundo durante el levantamiento popular en Belgrado. Fue la principal consigna de la oposición democrática. Se refería a Milósevic, que finalmente fue derrocado y pasó al basurero histórico, un lugar muy adecuado para este tipo de personajes.
 
Una historia parecida se repite estos días en Georgia. Unas elecciones trucadas a favor del partido del poder, un dictador perverso que no quiere dimitir, un pueblo hambriento, miles de manifestantes dispuestos a morir por la libertad en las calles de Tbilisi. Y también un parlamento rebelde y sus líderes, que llaman a no ceder más ante el crimen y la injusticia.
 
Diez años de mandato del “zorro blanco”, como le llaman a Shevardnadze los georgianos, han dejado al país en el abismo más profundo. Un tercio del territorio nacional está bajo el control de separatistas, el resto está en manos de funcionarios corruptos y bandas criminales. La economía nacional está completamente arruinada, nada funciona y la población huye a la vecina Rusia donde, por lo menos, los georgianos pueden trabajar y ganarse la vida.
 
Shevardnadze, viejo “aparatchik” ateo bolchevique, llegó a la cúpula del poder comunista soviético, siendo ni más ni menos que miembro del buró político del PC. No obstante, tras el colapso de la URSS, se declaró religioso y liberal, demócrata, anticomunista, antiruso y prooccidental. Pero en el fondo ha seguido siendo  como  toda su vida: un oportunista  sin escrúpulos ni principios, dispuesto a todo para lograr sus propósitos personales. Así, según la oposición georgiana, dedicó los últimos años de su mandato a las luchas internas por el poder, especialmente para aplastar a la disidencia. Por supuesto, no le importaban ni la economía, ni los problemas sociales. Los únicos quienes recibían buenos salarios eran sus guardaespaldas.
 
Las partes en  conflicto aseguran que no quieren el derramamiento de sangre. No obstante, los líderes de la oposición llaman a la desobediencia civil y el gobierno  concentra las fuerzas leales  en la capital. Así, las tropas de élite que participaban en el bloqueo del desfiladero de Pankisi, feudo de Al Qaeda en Georgia, ya se encuentran en Tbilisi. El  gran  enigma es si se atraverán a disparar al pueblo.  La sombra de la  guerra civil, que azotó a este país a principios de los 90, reaparece de nuevo. Otra tragedia amenaza a los georgianos, uno de los pueblos más antiguos del mundo, trabajador, honesto, y, seguramente, el más hospitalario por su antigua tradición de recibir en sus casas a los invitados, conocidos o desconocidos.
 
El “zorro blanco” se niega a abandonar el poder a pesar del clamor popular. Al parecer, a sus 75 años se considera demasiado joven para jubilarse. Su vecino, el azerí Aliev, lo acaba de hacer pasados los 80, entregando el poder a su hijo. ¡Un buen ejemplo para todos los sátrapas del Cáucaso!

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