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Pedro Schwartz

¿Zona monetaria óptima?

Robert Mundell, en una casi inadvertida comunicación del año de 1961, titulada “Una teoría de las zonas monetarias óptimas”, echó las bases del que hoy es el imponente edificio del euro. En apenas nueve páginas, detalló las condiciones para que la Unión Monetaria europea pudiese funcionar sin estorbo, para que Europa llegara a ser una zona monetaria óptima. Por ello fue galardonado con el premio Nobel de Economía en 1999. Tal es, para bien o para mal, el poder de las ideas. Mundell sólo olvidó una cosa: un “óptimo monetario” es algo muy distinto de un “óptimo económico”.
 
En la referida nota, Mundell buscaba demostrar que un régimen monetario común sólo puede aplicarse en zonas o regiones que tengan una misma estructura económica o puedan converger rápidamente a ella. Imaginemos un país llamado Canadá, en el que corre una moneda de curso legal. Este país está dividido en dos zonas: el este produce automóviles, el oeste sobre todo productos madereros. Una repentina subida de los precios del petróleo reduce el consumo de vehículos pero no el de muebles y provoca un aumento del paro en el este. Si, para estimular la demanda, el banco central reduce los intereses, aliviará temporalmente el desempleo en el este a costa de aumentar la inflación en el oeste. Si por el contrario, mantiene una política monetaria estricta, sólo podrá evitar la inflación en un sitio a costa de desempleo en otro. La misma política monetaria no conviene pues igualmente en totalidad de un país con una estructura económica diversa: el “Canadá” no es una zona monetaria óptima.
 
De aquí que, para la aplicación de una política monetaria común en la Unión Europea, sea conveniente que la estructura económica de sus miembros converja de tal manera que los choques “transversales” les afecten a todos igualmente. Lo mismo cabe decir de la evolución de las economías en el tiempo: el ciclo del Reino Unido, dice Gordon Brown, su ministro de Hacienda, debe estar sincronizado con el del Continente antes de que los británicos adopten el euro.
 
Hay un remedio, añadió Mundell, para esta falta de convergencia o sincronía: “un ingrediente esencial de una moneda común, o de una zona de moneda única,” dice “es una gran movilidad de factores de producción”. Supongamos que el banco central decide mantener una política monetaria de dinero caro a pesar de la aparición de desempleo en el sector de vehículos. Esa política monetaria única resultaría sin embargo sostenible si los desempleados en el sector automotor pasan a emplearse rápidamente en el sector maderero. En resumen y según Mundell, Europa se convertirá en una zona monetaria óptima si todos los países miembros tienen la misma estructura, sincronizan sus variaciones cíclicas, o si, a falta de ello, dan muestra de una gran movilidad de factores.
 
En este modelo, pues, la rápida adaptación de los factores productivos a las cambiantes circunstancias de costos o de demanda no es algo valioso en sí, sino un remedio para las dificultades de la política monetaria cuando hay diversidad de estructuras o asincronía de ciclos. Sólo si las economías europeas convergen o los ciclos se sincronizan, dicen los partidarios del euro, será posible mantener la política monetaria anti-inflacionista que imponen los estatutos del BCE.
 
Todo esto pasa por alto que las economías nacionales están compuestas de innumerables individuos y empresas con estructuras y evoluciones variadísimas. No hay regiones este ni oeste, hay individuos. La competencia, la movilidad de factores, la productividad se multiplican cuando compiten actores con estructuras distintas y tiempos diferentes. Los bancos centrales deben ocuparse sólo de mantener el valor del dinero. Si la política monetaria del BCE conviniese a toda Eurolandia sólo porque todos los países fueran igualmente rígidos y síncronos, nos encontraríamos en una zona monetaria óptima con una economía pésima.
 
Pedro Schwartz es catedrático de la Universidad San Pablo CEU y columnista del diario La Vanguardia.
 

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