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Federico Jiménez Losantos

PPC: buena voluntad, ambición limitada

No es un detalle sin importancia que tras la denuncia de Libertad Digital de que ningún programa de ningún partido de los que se presentan a las elecciones en Cataluña podía leerse en castellano, pese a que PP y ERC lo anunciaban en sus páginas web, sólo el PP haya reaccionado de inmediato y ya se pueda consultar el programa de Piqué en los dos idiomas oficiales de Cataluña, más reales en la calle que oficiales en la Administración o la enseñanza, donde el castellano es no ya discriminado sino perseguido salvo a la hora de cobrar impuestos: ¡Ah, entonces! ¡Hasta Convergencia i Unió se hace bilingüe!
 
Pero que algo tan importante como la discriminación lingüística en Cataluña esté tan descuidado en el PP de Piqué como muestra este episodio, y no por mala voluntad sino por incuria, complejo y falta de fe en sí mismo y en su base social demuestra los fallos estructurales de la única opción que defiende el actual marco constitucional, que es el de la integridad nacional. Cuando se les llama la atención a nivel nacional, reaccionan y lo hacen rápido y en la buena dirección. Pero si nadie dice nada, tienden a confundirse con el paisaje político catalán (la gran ambición personal de Piqué, la gran claudicación de Aznar) y no son sino una pálida fotocopia de Convergencia o, todavía menos, de Unió. Cuando decía Aznar hace unos mítines que entre el original y la copia el nacionalismo elegía la copia, podía referirse a Esquerra y Convergencia, o a Convergencia y el PSC, pero al que mejor le cuadra la censura es a Piqué.
 
El gran problema del PP en Cataluña es de orden ideológico, político y moral: haber renunciado a ser una fuerza política independiente y verse a sí mismo sólo como un complemento de Convergencia en el Gobierno de Cataluña a cambio de que Convergencia lo sea del PP en el Gobierno de Madrid. En realidad, con eso renuncia a crecer por la derecha y, sobre todo, por la izquierda, donde, exactamente igual que en el caso vasco, hay una enorme porción de electorado al que la presión nacionalista le lleva a votar al partido que mejor defienda la idea de España o, al menos, que no la ataque. El PP debería tener una política de alianzas en Cataluña abierta por la izquierda y por la derecha, y podría haber aspirado, como en el País Vasco, a presentar una alternativa al nacionalismo o, por lo menos, a intentarlo.
 
Así, lo marginan todos y encima no crece. Es el mal menor, lo que sin duda lo hace votable, por comparación o desesperación, pero sigue siendo un mal y, desde luego, algo menor.

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