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Armando Añel

El cangrejo está de viaje

Como el cangrejo, Latinoamérica avanza a discreción... para retroceder enseguida. Lo que en los 90 algunos analistas interpretaran como un florecimiento de las instituciones liberales en la región –trampolín de su ingreso al Primer Mundo– parece haberse quedado en nada, o casi, tras el fracaso de un modelo híbrido, que tomó del liberalismo el cascarón más que la esencia, sin querer o sin atreverse a querer transformar en profundidad las estructuras y mecanismos del subdesarrollo. Los nuevos acontecimientos verificados en el subcontinente, desde el triunfo del populismo en Argentina hasta la reciente visita a Cuba de Luiz Inacio Lula da Silva, desde la catástrofe venezolana hasta la crisis en Bolivia, corroboran la naturaleza retrógrada del artrópodo latinoamericano. El cangrejo sigue ejerciendo de cangrejo. A nivel cultural e institucional las excepciones –Chile, Costa Rica...– confirman una vez más la regla.
 
La inmadurez regional tiene en el espectáculo boliviano su enésima carta de presentación, tanto como en el presidente brasileño su confirmación más estremecedora. La presencia de Lula en La Habana aún fresca la tinta de las condenas a 75 periodistas y opositores pacíficos, su camaleónica indiferencia ante los últimos fusilamientos del castrismo, puso al descubierto, para muchos sorprendentemente, la insuficiencia estadista del inquilino de Planalto. Algunas de sus movidas tras la toma de posesión bosquejaban a un político empeñado en conducir a su país por la senda del desarrollo, pero también dispuesto a oxigenar el enrarecido aire de la izquierda latinoamericana, cuyas más recientes señales –la reacción ante la represión en Cuba, tibia y hasta complaciente si se le compara con la de su homóloga europea– no dejan lugar a dudas sobre su verdadero talante. Así que no hay que esperar de arriba lo que sólo puede brotar de abajo: La llamada “intelectualidad progresista” tiene una apreciable cuota de responsabilidad por el clima de desinformación y deformación de la cultura política en el que las sociedades latinoamericanas –y la versión más acabada de éstas, sus líderes institucionales y gremiales– se desenvuelven y subdesarrollan.
 
La tragedia latinoamericana reside en la esencia reaccionaria de su imaginario. El caudillismo, el populismo, el nacionalismo más rancio –cuya derivación hacia el fascismo en Cuba y Venezuela debería alertar a los más enterados– son referencia en un subcontinente incapaz de modernizar sus estructuras, presto a girar incesantemente sobre un eje caduco, improductivo. Se trata de sistemas donde la propiedad privada –entendida como valor suficientemente autónomo, respetado y asequible–, la independencia de poderes, los espacios civiles, carecen de asiento institucional y/o cultural, donde la rutina ideológica del enfrentamiento Norte-Sur sustituye desde hace demasiado tiempo al debate sobre una más efectiva generación de riqueza. Así, a la zigzagueante manera del cangrejo, Latinoamérica retrocede. Una vez más está de viaje.

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