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EDITORIAL

Cuatro herederos... y Piqué

Manuel Jiménez de Parga ha recordado recientemente que Cataluña era probablemente el lugar donde mejor recibido era el general Franco en los años finales de la dictadura. Y, paradójicamente, tras casi veinticinco años ininterrumpidos de gobiernos nacionalistas, la situación es la opuesta simétrica: tanto en Cataluña como en el País Vasco —donde, por cierto, tampoco era mal recibido el dictador—, el antifranquismo retrospectivo ha ocupado el lugar de las adhesiones inquebrantables de otros tiempos. Los nacionalistas, sobre todo los catalanes, han conseguido —paulatina y sutilmente, gracias al control absoluto que han ejercido sobre la administración autonómica, especialmente en lo que toca a la educación y a la inmersión lingüística— que una mayoría de catalanes identifique el antifranquismo y las libertades democráticas como patrimonio exclusivo de los postulados y políticas nacionalistas: un buen número de ellos —especialmente los menores de 30-40 años— están convencidos de que sólo una profundización en el ideario nacionalista podrá traer cotas más altas de libertad y de progreso a Cataluña.
 
Este es, precisamente, el núcleo de la herencia política de casi un cuarto de siglo de pujolismo. Un legado que ningún partido de los que concurren este domingo a las elecciones catalanas –salvo el PP– se cuestiona seriamente, si no es para intentar llevarlo un paso más adelante –como pretende Maragall con las reformas del Estatuto y de la Constitución, que apoyó expresamente Zapatero el jueves–, o a sus últimas consecuencias –la secesión de España–, como pretende Esquerra. Y quizá lo más grave es que un virtual empate a escaños entre PSC y CiU, como parece previsible, daría a Carod Rovira, el heredero más radical —de declara más nacionalista que Mas y más de izquierdas que Maragall—, la llave del primer gobierno sin Pujol en el Palau de la Generalitat.
 
De un gobierno CiU-Esquerra sólo cabe esperar una ulterior radicalización del discurso nacionalista de Mas. Menudearían ocurrencias de mucho mayor calado que la de la selección de futbol andorrano-catalana, que podrían acabar produciendo alguna fórmula homologable al plan Ibarretxe. Si quienes finalmente llegan al Palau son PSC-ERC —con el probable apoyo de la IC de Joan Saura, que podría aportar sus escaños para completar una mayoría de izquierda—, lo menos que puede suceder es una reedición del pacte de progrés, que en la anterior legislatura autonómica consiguió apear a Baleares de los puestos de cabeza en cuanto a turismo, empleo y creación de riqueza. Con el agravante de que, si el PSOE gana en las Generales, Maragall pasaría al cobro las letras que Zapatero no ha dejado de firmarle desde que fue investido secretario general del partido hasta prácticamente el último día de la campaña catalana: nuevo Estatuto para Cataluña y reforma "urgente" de la Constitución para convertir al Senado en una cámara de veto autonómico.
 
Veinticinco años de nacionalismo han producido sus frutos. Y la prueba está en que cuatro de las cinco principales fuerzas políticas catalanas, herederas directas o indirectas del pujolismo, contemplan en sus programas alteraciones substanciales del marco jurídico e institucional que delimitan la Constitución y el Estatuto, así como la profundización o el mantenimiento de la persecución del castellano como idioma oficial. Sólo una espectacular subida del PP, unida a unos resultados de CiU algo mejores de lo que indican las encuestas, podría frenar momentáneamente una deriva desestabilizadora y empobrecedora —las últimas cifras de inversión extranjera en el País Vasco son un ejemplo revelador— para Cataluña y para España. Por ello, Piqué ha intentado movilizar para este domingo a los ciudadanos catalanes que suelen abstenerse o votar a CiU en las Autonómicas, pero que en las Generales votan al PP. La diferencia entre una convocatoria y otra es de casi 500.000 votos.
 
La cuestión nacional y la estabilidad institucional de los próximos cuatro años dependerán, en buena medida, de que Piqué consiga contabilizar al menos una parte de esos votos. Pues no deja de ser revelador que los dos principales líderes de los nacionalismos disgregadores en España hayan decidido retirarse al mismo tiempo. Pujol y Arzalluz, desde la óptica nacionalista, ya han cumplido su misión: reunir a sus pueblos, completar la "travesía del desierto" y llevarlos a la "tierra prometida". Y no faltan, por desgracia, entre los vascos y los catalanes, los josués que con trompeterías leguleyas quieren derribar los muros que guardan las libertades y la convivencia pacífica.

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