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Recientemente, un compañero de periódico, Gorka Echevarría, tuvo el detalle de difundir uno de mis artículos, y tras señalar que yo había pasado de la izquierda al liberalismo “en un largo y duro proceso de desintoxicación”, decía: “cuando oigo casos como el suyo me da un vuelco el corazón porque ¿cuánta gente ha vivido y vive en la mentira total?”. Gorka es un alma compasiva, lo que le honra, y le preocupa la salud, mental y moral, de los adictos a la ideología subproducto del marxismo que hoy encontramos hasta en la sopa. A mí, que vengo de ella y sé de la superioridad que sienten sus adeptos, lo que me preocupa es la influencia que tienen finalmente en la sociedad, que no es poca. Pues los ”engañados” ejercen desde hace tiempo un gran poder en la formación de la opinión, y no van a salir de sus trincheras para que les dé el aire de la verdad, porque viven estupendamente transmitiendo la mentira.
 
Pongo por caso el último del que he sido testigo, este miércoles, en la Gala de la FAO, que ofreció TVE. Miguel Bosé cantó a dúo con Noa y ambos debían firmar luego sobre un mapamundi. Ella lo hizo sobre Israel, que es su país. Bosé dijo que iba a firmar en uno que no era el suyo, pero en el que “hay hambre” y no porque no tuviera “presupuesto”, sino porque se lo gastaba “en guerras”. No, no se refería a ninguna de las dictaduras que invierten fortunas en armamento y provocan y utilizan el hambre del pueblo para conseguir dinero. Se refería, qué previsible, a los USA. El señor Bosé, a cambio de falsear la realidad norteamericana e ignorar las causas del hambre, lograba el aplauso fácil de un público amaestrado por los demagogos, y un puestito honorable en el rebaño mejor alimentado. Que no nos cuenten milongas de rebeldía: hoy las ovejas negras son las que no entran en el redil anti-guerra, anti-norteamericano y anti-capitalista que se ha montado “la gente de la cultura”.
 
Hay una diferencia, al menos, entre la época en que yo me “intoxiqué” y ésta: entonces éramos, en España, una minoría, y nuestras opiniones no se difundían a través de Televisión Española. Íbamos a contracorriente, aunque visto con más detenimiento se constata que algunas de nuestras ideas, como el estatalismo y el proteccionismo social, encajaban con cierta mentalidad promovida por el franquismo, no olvidemos sus raíces “nacional-sindicalistas”. Pero si a principios de los setenta, el adicto al marxismo se sentía aquí en franca minoría, hoy sucede lo contrario. La droga se fue masificando, y de paso, perdió calidad. Lo que se cocía en los guetos universitarios hace treinta años, tiempo ha que se le da cortado y desmigado al gran público: se ha vuelto la ideología dominante, la del telediario.
 
Gorka acertaba de pleno al hablar de desintoxicación. La ideología se parece a la droga. Ambas trastocan la realidad y crean un universo ficticio, cerrado, perfecto. En él, todo tiene sentido, todo halla explicación. Cuesta abstenerse de un opiáceo intelectual de ese calibre. Y sí hay personas que merecen cierta compasión: las que ya no sienten el efecto placentero de la ideología, sino sólo el destructivo. Las que dejaron de creer que el socialismo es la solución total, pero mantienen una visión tremebunda y apocalíptica del capitalismo. Pues están convencidas de que viven en el peor de los mundos posibles y han perdido la esperanza de redención que el marxismo les ofrecía. Las que pasaron de la revolución a la depresión. Sé de lo que hablo, porque fui una de ellas. El proceso difícil no fue el de desintoxicación, que resultó liberador y estimulante, aunque me deparara encontronazos y conflictos. Lo duro fue el largo período de intoxicación hasta dar con los análisis y las ideas liberales que me permitieron desmontar la gran mentira.

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