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Aníbal Romero

Chávez: resentimiento revolucionario

El populismo latinoamericano se ha caracterizado siempre por una cierta concepción acerca de lo que ser "pueblo" significa. En esta idea le siguen todos los experimentos políticos de izquierda radical en la región, incluidos la experiencia castrista y el chavismo en Venezuela. Desde esta perspectiva, el "pueblo" no es toda la nación sino sólo "los de abajo"; además –así piensan– el "pueblo" es una mezcla de pobreza en lo social, atraso en lo económico, ignorancia y torpeza en lo cultural y resentimiento en lo ideológico.
 
De hecho, sin pobres los "revolucionarios" no perdurarían en el poder, pues los pobres requieren del paternalismo para sostenerse, y al dejar de ser pobres no necesitan la generosidad del Mesías de turno. Por ello las revoluciones y el populismo multiplican la pobreza, y hacen de los pobres un mito. Ser pobre, por definición, es ser "bueno", y los pobres –según los revolucionarios– ni pueden ni deben ser "cultos".
 
El chavismo es, entre otras cosas, un fenómeno sociocultural, venenoso y destructivo, que desafortunadamente tiene raíces profundas en una Venezuela asediada por los mitos del petróleo y acosada por su pasado de sueños frustrados. En su esencia, el fenómeno consiste en un esfuerzo sistemático de plebeyización de la existencia colectiva, entendida tal plebeyización como igualación hacia abajo. Ello posibilita, por una parte, el aumento del control político sobre una población subordinada y culturalmente indefensa, y por otra parte satisface los rencores de un grupo radical que sólo mediante la fuerza, la imposición y la violencia puede destacarse, un grupo radical que ahora se aferra al poder por todos los medios a su alcance. Para este grupo, plebeyizar al país es un imperativo de supervivencia.
 
De allí que casos aparentemente aislados tales como, por citar sólo tres ejemplos, el deterioro deliberado del Teatro Teresa Carreño, el rechazo a los esfuerzos del Intevep y su gradual desmantelamiento, y el evidente e inocultable odio de las autoridades educativas del régimen hacia la Universidad Simón Bolívar estén estrechamente vinculados.
 
El Teatro Teresa Carreño representa para el resentimiento revolucionario una expresión de lo que ellos denominan "cultura burguesa", y que contrastan con la "cultura popular". Opera, ballet, música clásica, teatro literario, cine de vanguardia, son vistos como manifestaciones elitescas que, presuntamente, chocan contra el espíritu del "pueblo".
 
Desde luego, en el trasfondo de esas convicciones se esconde un hondo desprecio a ese "pueblo" al que pretenden proteger, pues lo que queda implícito en las percepciones revolucionarias es que ese "pueblo" es incapaz de asimilar las grandes expresiones de la civilización y debe permanecer hundido en el sopor. Algo muy similar se expresa en el daño hecho al Intevep y en el odio hacia la Universidad Simón Bolívar. Es trágico lo que el régimen ha llevado a cabo contra nuestra industria petrolera, al arrancarle el corazón de su gerencia y de sus instrumentos de investigación y desarrollo, garantizando de ese modo su eventual y decisiva desnacionalización.
 
En cuanto a la Universidad Simón Bolívar, ésta siempre ha sido un centro de excelencia académica reconocido dentro y fuera de Venezuela, una institución pública que rompió el maleficio de las universidades populistas latinoamericanas y que como tal ha hecho grandes esfuerzos para cumplir su función social sin para ello sacrificar su nivel académico. Mas esto no basta para los revolucionarios. Lo que éstos realmente quieren es destruir esas instituciones o en todo caso humillarlas, extrayendo sus contenidos de excelencia para en su lugar imponer el culto a lo villanesco.
 
Para el chavismo, el "pueblo" es lo vulgar, lo ordinario, lo populachero, en una frase: una turba proletarizada y manipulable a la que hay que seducir para luego dominar. Ese "pueblo", según el régimen, no merece el Teatro Teresa Carreño ni el Intevep ni la Universidad Simón Bolívar. Lo que el chavismo quiere de los venezolanos es la sumisión; en lugar de enaltecer al pueblo, el chavismo constituye la más nefasta, dolorosa y disolvente humillación que haya sufrido nuestro pueblo en toda su historia independiente. Es una ponzoña anti-cultural, una pasión plebeya, que exigirá de un poderoso antídoto intelectual capaz de recuperar para nuestro pueblo, que somos todos los venezolanos, un sentido de dignidad y una vocación de superación sin rencores. La mediocridad chavista no triunfará en Venezuela.
 
Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar.
 

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