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No hay peor sordo...

George W. Bush  no pasará a la historia de los Estados Unidos por la coherencia de su política exterior, por lo menos en este su primer mandato. Sin embargo, la calidad literaria y doctrinal de sus discursos están al más alto nivel. Por lo menos sus redactores de textos sí tienen las ideas claras.
 
En los días previos se nos había hecho saber que la Administración británica no se sentía muy cómoda con la visita del dignatario americano, en un momento en el que Blair trata de potenciar más su vertiente europeísta para dar satisfacción a sus bases electorales. Sabíamos que se organizaban grandes manifestaciones en contra de la política norteamericana, que afectarían al ambiente en que se produciría el encuentro. En este contexto, los asesores de Bush fueron capaces de elaborar una excelente pieza retórica dirigida, no ya sólo a los británicos, sino a todo el Viejo Continente.
 
A modo de Carta a los Europeos, Bush retoma antiguas ideas muy del gusto británico, como el paradigma churchilliano de que la democracia requiere de una vigilancia permanente para evitar su vulnerabilidad; la justificación de la existencia de los organismos internacionales por su decisión y eficacia en la resolución de conflictos, con el consiguiente aviso del riesgo de repetir la experiencia de la Sociedad de Naciones; la necesidad de hacer uso de la fuerza en las relaciones internacionales como último recurso y, sobre todo, su renovado compromiso con la democracia.
 
No son casuales las referencias al presidente Wilson y a su idealismo. De nuevo Bush hace de la difusión de los principios de la democracia liberal el fundamento de su política exterior y la garantía última de la paz y de la seguridad. Pero esta vez con un interesante añadido: una crítica durísima contra la política seguida por su país durante años, contra la figura y la generación de su padre. Rechaza la idea de alianzas con tiranos como mal menor y reconoce que en el futuro se exigirá a los supuestos amigos de Estados Unidos en el mundo un mayor respeto a las formas y contenidos democráticos.
 
Como en el reciente discurso en el National Endowment, Bush ha vuelto a comprometerse en la reconstrucción de Irak, dejando claro que sólo los iraquíes pueden definir el diseño final de su Estado de Derecho. No hay retirada pero sí un papel más relevante, si es que son capaces, de las fuerzas políticas locales.
 
No deja de ser paradójico que un pronunciamiento de este interés haya sido parcialmente tapado en los medios de comunicación occidentales por noticias tan relevantes como las referidas a los problemas con la justicia del cantante norteamericano Michael Jackson o a la absurda vinculación de los acontecimientos de Irak con los atentados en Estambul contra intereses británicos. ¿Es que Al Qaeda es también un movimiento de "resistencia" iraquí? El islamismo radical responde a una lógica distinta a la de crisis como la israelo-palestina o la iraquí, temas que, en realidad, les interesan sólo en la medida en que pueden atraer las simpatías de sectores nacionalistas. Al Qaeda ataca en Turquía porque este país representa el Islam que se occidentaliza, con problemas y dificultades, pero con voluntad de incorporarse a las modernas sociedades liberales.
 
La confusión no es gratuita. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Parte de Europa tiene claro que el problema es Estados Unidos y no sentirá escrúpulos para interpretar torticeramente cuantas situaciones surjan ante nosotros.

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