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Francisco Cabrillo

Malthus no usaba anticonceptivos

Thomas Robert Malthus es, sin duda, uno de los economistas y científicos sociales más famosos de todos los tiempos. La palabra “maltusiano” ha pasado a ser un adjetivo de uso común en numerosos lenguas. Y nuestro personaje ha sido considerado como un defensor de los métodos anticonceptivos que, aunque casi tan antiguos como la propia humanidad, han cobrado una gran relevancia en nuestros días. Sospecho que sus huesos se estarán removiendo en la tumba ante tal utilización de sus ideas.
 
En el mundo de la Economía resulta habitual atribuir a algunas personas ideas que han hecho muy poco por desarrollar y teorías con las que, a  lo mejor, ni siquiera estarían de acuerdo. Pero creo que hay pocos casos en los que se hayan tergiversado más los planteamientos de un pensador. Aún vivía nuestro personaje cuando empezó la que suele conocerse como primera campaña “maltusiana”, con la distribución de una serie de pequeños panfletos de propaganda anticonceptiva dirigidos “A los casados de ambos sexos”. Corrían los años 1824 ó 1825; y la autoría de estos textos se atribuye a  Francis Place o a Robert Owen. ¡Estas “hojas diabólicas”!, como fueron conocidas en su día, describen con gran detalle diversos métodos para evitar embarazos en las relaciones sexuales, tanto de la “gente de condición” como de quienes formaban parte del “pueblo trabajador”, dedicándose así panfletos diferentes  a cada clase social y provocando, como era bastante previsible, por otra parte, un considerable escándalo en la sociedad británica de la época.
 
Lo que Malthus había defendido en las dos ediciones de su más famoso libro, el Ensayo sobre el principio de la población era, sin embargo, algo bastante diferente. Nuestro autor había nacido en febrero de 1766, y como hay ciertas dudas sobre cuál fue la fecha exacta –se mencionan los días 14 y 17 como posibles– algunos piensan que no podría entenderse bien su obra posterior si el nacimiento no hubiera tenido lugar el 14, festividad de San Valentín. Con sólo treinta y dos años publicó la primera edición de su Ensayo, que fue objeto pronto de una gran polémica. En este libro, Malthus defendía la idea de que la sociedad humana, si no se encuentra con frenos que lo eviten, tiene tendencia a crecer en forma geométrica; mientras los alimentos crecen sólo en progresión aritmética. El problema que se plantea es, por tanto, grave, y si no se llega a una situación crítica es porque realmente funcionan algunos frenos, ninguno de los cuales gustaba demasiado, por cierto, a nuestro autor. El primero sería la miseria, término con el que designaba las incontables desgracias que, a lo largo de la historia, habían impedido el crecimiento de la población. El segundo freno tenía una connotación moral mucho más clara, incluso en su título: el vicio, que incluiría a todas aquellas conductas éticamente condenables –incluido el uso de métodos anticonceptivos– que reducían la fecundidad. En 1802 publicó Malthus una edición muy ampliada de su Ensayo, que lo convertía en realidad en un libro bastante diferente. Y en ella llamó la atención sobre un tercer freno posible, que denominó “restricción moral” y que definió como “la abstención del matrimonio que no es seguida de la satisfacción irregular”.
 
Al margen de que el modelo de Malthus adolezca de graves defectos desde el punto de vista del análisis económico –no considera siquiera, por ejemplo, la posibilidad de que el progreso técnico pueda hacer crecer la producción de alimentos– hay que señalar que su forma de tratar el problema encaja bastante bien no sólo con la mentalidad social de la época, sino también con la visión de un clérigo. Malthus fue, en efecto, un hombre religioso, con una vocación clara desde su juventud por el sacerdocio, que fue a lo largo de toda su vida adulta un clérigo de la iglesia anglicana. Y es interesante señalar que su oposición al uso de métodos anticonceptivos no se basaba sólo en principios morales. En su opinión, el matrimonio era un estímulo para que la gente trabajara más e hiciera progresar así la economía de su país. Y en su mencionado Ensayo escribía: “Rechazaré siempre cualquier modo artificial o antinatural de controlar la población, tanto por su inmoralidad como por el hecho de que suprimen un estímulo que resulta necesario para la laboriosidad... Las restricciones que yo recomiendo son algo muy diferente, no sólo porque son aceptables desde el punto de vista de la razón y sancionadas por la religión, sino también porque constituyen un incentivo a la laboriosidad”.
 
Dado el contraste entre sus ideas y las que le atribuyen, no me extrañaría nada que Malthus estuviera planteándose cambiar de apellido, aunque sea a título póstumo.

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