La apabullante sencillez con la que Ferenc Puskas relataba el mítico gol que le marcó a Merrick tras burlar al capitán inglés Billy Wright me dejó simplemente desarmado. Si aquel 3-6 en Wembley del que este martes se cumplen cincuenta años fue catalogado como el "partido del siglo", aquel gol fue el "gol del siglo" del "partido del siglo". Y sin embargo, Puskas lo recuerda así en la serie televisiva que produjo Elías Querejeta: "Era una cosa que dicen que jamás en la vida habían visto allí. Tampoco yo ¡joder!"... No creo que nadie dude a estas alturas de que Puskas era un artista con el balón en los pies, un futbolista extraordinariamente técnico y básicamente intuitivo a quien todavía no se ha hecho toda la justicia que sin duda merece. Y fueron la técnica y la intuición (o quizá, puesto que hablamos de arte, la inspiración) las que salvaron a Puskas en aquel movimiento inimaginable incluso para él mismo.
Viendo otra vez aquella jugada y oyendo de nuevo al señor Ferenc Puskas ("era una cosa que dicen que jamás en la vida habían visto... ¡tampoco yo!") caí en la cuenta de que, explicándolo así, lo que en realidad estaba haciendo el capitán de aquella excepcional selección húngara era reivindicarse públicamente como artista y no como futbolista. Pongamos como ejemplo a Hugo Sánchez, uno de los mejores delanteros centro de los últimos veinte años. ¿Era Hugo un artista? Yo creo que no. Hugo era un "matador". Hugo era un producto del gimnasio y la preparación física. Hugo era un "tiburón del área" que en los entrenamientos repetía mil veces aquel remate suyo que bautizó como "huguina". Hugo Sánchez era un "futbolista matemático", mientras que Ferenc Puskas era un genio del fútbol mundial.