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EDITORIAL

El ITER o el absurdo afrancesamiento del PSOE

El Gobierno español lo ha intentado, pero, finalmente no ha podido ser. La decisión adoptada por la UE de elegir la localidad francesa de Cadarache —en detrimento de Vandellós— como candidata europea para ser sede del Centro Internacional de Investigación de Fusión (ITER) es, sin duda, una mala noticia para nuestro país. No obstante, el que España haya plantado cara a Francia no ha dejado de tener resultados positivos como es la decisión del Consejo de Ministros de la UE de conceder como contrapartida a nuestro país la sede de la "entidad jurídica europea" que coordinará la participación comunitaria en el ITER. Además, el Consejo ha pactado que los dos directores generales que corresponden a la Unión sean uno español y otro francés.
 
Se puede pensar que esto último no deja de ser un simple premio de consolación que no impide reprochar al Gobierno el no haber buscado de forma más exitosa apoyos para la candidatura española. La reacción de los socialistas, sin embargo, no solo muestra el grado de sectarismo en el que está instalada nuestra oposición —incluso en asuntos en los que están en juego intereses nacionales— sino lo absurdo de culpar a “la política de confrontación contra Francia” de nuestro Gobierno por este desenlace cuando es, precisamente, francesa la localidad que rivalizaba con Vandellós y la que finalmente será la candidata de la UE para ser sede de del ITER.
 
Gracias precisamente a que nuestro gobierno no ha actuado de forma servil y acomplejada ante el eje franco-alemán, Vandellós ha podido, al menos, aspirar a llevarse el gato al agua. Si nuestro Gobierno hubiera dicho amén a los designios de París, España simplemente habría renunciado a rivalizar, hubiera apoyado desde el primer momento la candidatura francesa de Cadarache tal y como quería el gobierno galo y, a estas horas, nuestro país ni siquiera podría contentarse con contrapartida alguna como las que ha logrado pactar en el Consejo europeo de ministros.
 
Si la “política de confrontación” que reprochan Jordi Sevilla y Pasqual Maragall a nuestro Gobierno no se refiere a la lógica rivalidad de las candidaturas francesa y española, sino a la reciente critica de Aznar al Eje franco-alemán por su violación del Pacto de Estabilidad, la reacción de los socialistas sería menos absurda, pero mucho más ilusoria y, sobre todo, clamorosamente irresponsable.
 
¿De verdad se creen Sevilla o Maragall que no oponiéndose al fragrante incumplimiento francoalemán respecto a la moneda única, Aznar hubiera logrado que Chirac renunciara a la candidatura de una localidad francesa en beneficio de la de Vandellós?
 
Si los socialistas pecan de ilusos, no menos irresponsables se muestran al insinuar la validez de esta maniobra. El Gobierno de Aznar hubiera actuado de forma indecente y dañina —tanto para los intereses europeos como los españoles— si hubiera optado por silenciar el enorme perjuicio que provoca a los europeos la falta de disciplina presupuestaria francoalemana, como pago por el apoyo a la candidatura de Vandellós.
 
A pesar de la oposición, cabría con todo hacer algún reproche al Gobierno de Aznar en este asunto, pero precisamente en la dirección opuesta a la crítica que le han dirigido Maragall y Sevilla. A saber, el de no haber explotado en mayor medida y en el seno de la UE sus excelentes relaciones con EE UU. 
 
Madrid —frente a París y Berlín— debía haber hecho ver al resto de socios europeos que la candidatura de Vandellós era mucho mejor opción que una francesa para que EE UU optara por una candidatura europea frente a una canadiense o japonesa. No hay que olvidar, en este sentido, que será en Washington donde se decidirá finalmente en diciembre donde se establecerá la sede del ITER.
 
Para el Gobierno de Bush —más si tenemos en cuenta el desatado malestar de los norteamericanos con Francia— siempre sería más atractivo premiar a Europa en la candidatura de una localidad española que en una francesa. Aznar podría haber jugado esta baza en el seno de la UE, como de hecho empieza con retraso a hacerlo para alejar a Gran Bretaña de las tesis francoalemanas respecto al nuevo reparto de poder en la UE.
 
En cualquier caso, si EE UU finalmente apoya la candidatura europea de Cadarache, España obtendrá la contrapartida de tener en Cataluña la sede jurídica del ITER que jamás hubiera obtenido de no haberse atrevido nuestro gobierno a rivalizar con el francés. Si EE UU opta, por el contrario, por la candidatura japonesa o canadiense, España siempre podrá hacer ver a sus socios europeos su equivocación por haber preferido que fuera una candidata francesa —y no española— la que representara a la UE.
 
Y es que es oponerse al eje franco-alemán ha venido a ser una de esas cosas que, pase lo que pase, siempre resultan exigibles y positivas por el bien de España... y de Europa.

En España

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