Menú
Cristina Losada

Antes de hacer las maletas

Una mañana, hace once años, me quedé estupefacta al ver, en el Herald Tribune, cierto anuncio que ocupaba dos de sus sábanas. En la primera, junto a un mapa de Europa sin fronteras preguntaban: ¿Sabe dónde está Barcelona? Y en la segunda respondían: En Cataluña, por supuesto.  El mapa de la región era el único que resaltaban del continente y el resto de España parecía tan ajeno a ella como Francia. Era un anuncio de la Generalitat ante las Olimpiadas. A España,  sede del evento y pagadora de las magnas obras,  la habían borrado del mapa. Me dije: están locos,  y lo tomé como un chiste avieso. Me equivoqué. No era una broma y han ido a más los chiflados. Están locos, sí, pero, como decía Rosa Díez en un artículo sobre el Plan Ibarretexe, saben lo que hacen. Lo han sabido siempre. Y ha habido locos que llegaron muy lejos. Un cabo del ejército alemán, entre otros. Y a Companys, que proclamó el Estado catalán en el 34 y tiró por la alcantarilla la autonomía y finalmente la propia II República, no se le tomaba por imbécil ni por orate.
 
Todo el que no quiera cerrar los ojos sabe hoy lo que hacen los nacionalistas. Se acaba de ver el fruto de su labor en Cataluña. La base de todo dominio y poder es ideológica, escribió Ludwig von Mises. Veintitrés años de control nacionalista de la enseñanza, la cultura y  los medios  han abonado la planta y ésta ha echado su brote más auténtico: ERC. Un brote pequeño, pero matón, como corresponde a la esencia excluyente e insolidaria de su ideología. La planta ya tiene fuerza para cumplir su destino: eliminar a las demás, erradicar del oasis toda especie vegetal distinta, crear un hábitat en el que únicamente pueda vivir  una sola especie animal. Como esas algas que colonizan las lagunas y asfixian toda otra forma de vida, así actúa el nacionalismo.
        
Presintiendo que se va a reducir el ya escaso oxígeno, los ciudadanos no nacionalistas de Cataluña han hecho saber, donde todavía se les deja hablar,  que temen lo peor: que van a tener que hacer la maleta. Eso, si no quieren someterse, pues si abandonan el grupo de los apestados y acosados para unirse a los acosadores, todo serán premios y parabienes. Así, con la zanahoria y el palo, logró el cabo loco que los alemanes, el pueblo más culto del mundo, se adhirieran a sus delirios. ¿Exagero? Lean Historia de un alemán, de Sebastián Haffner y vean si  lo que ocurría en 1933 en Alemania no guarda similitud con lo que sucede en el País Vasco. Y, sin sangre,  el palo forrado de buen paño, en Cataluña.
 
También yo, en Galicia, temo que no está lejos el día en que algunos desearemos  levantar el campamento. ¿En esta Galicia dónde gobierna el PP? En ésta. El PP de Fraga abona la planta nacionalista. La Xunta promueve el culto a lo autóctono, a la ficción de unas exclusivas “señas de identidad”, a todo lo que pueda separarnos del resto. La dieta de gaita y grelos es el pan de cada día. La enseñanza, la cultura, todo aquello que difunde y siembra  ideas se ha dirigido a insuflarle vida al cuerpo exangüe del “galleguismo”, un entretenimiento de intelectuales que hoy es la ideología oficial. Y los lobbies enquistados en la Administración o cercanos a ella y a sus arcas, que viven del cuento y a cuenta del “ismo”, la defenderán con uñas y dientes. Si alguna vez llegan al poder el BNG y un PSOE seguidista, como el que hay, encontrarán el terreno preparado.
 
Pero ¿vamos a irnos sin más? El nacionalismo ha ganado espacio ideológico gracias a la pasividad de la mayoría. Se le dio un plus de legitimidad en la Transición y ha sabido aprovecharlo. Se le ha aceptado su falsificación de la historia, se le ha dado razón en su victimismo. Se ha considerado “progresista” lo que ha sido siempre reaccionario. Se le ha consentido que se cargue la igualdad ante la ley, vulnere los derechos, coarte las libertades de los que piensan de otro modo y aliente la agresividad contra ellos. Las cúpulas de los partidos políticos nacionales no han estado a la altura: han demostrado que no son de fiar en esta batalla.  Aquí nos defienden, allá nos dejan en la estacada. Los ciudadanos  tendremos que hacer algo en defensa propia. Disponemos del ejemplo de la resistencia vasca,  con sus diversas asociaciones y entidades que combaten en el terreno de las ideas,  el que se ha perdido y es preciso recuperar. Si muchos han dado la vida y otros se la juegan, antes de hacer las maletas habrá, al menos, que dar la cara  por las libertades. Una vez más.
 

En España

    0
    comentarios