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Las mejores firmas de este medio han dado por bueno el argumento de la superioridad científica francesa como razón última de nuestra caída del proyecto ITER. Lamento disentir; las diferencias en investigación con nuestros vecinos son evidentes, pero no creo que se pueda achacar el descabalamiento de nuestros planes a un factor que todo el mundo ha conocido siempre. Sostengo que un asunto distinto y metodológicamente previo ha matado nuestra oferta.
 
No importa en qué escuela se encuadren los analistas, consejeros o asesores, ni de qué empresa consultora o universidad hayan sacado sus herramientas de análisis estratégico. No importa si beben de la fértil Contingency Theory o de alguna variante del SWOT Analysis de Harvard, de Porter, de Drucker o de Mintzberg. Sea cual sea la fuente y la adscripción, cualquier evaluación estratégica de proyectos impone siempre el mismo corte inicial: la estabilidad política del entorno.
 
Quienes han confeccionado los informes que el próximo día 6 leerán los socios internacionales del proyecto ITER han tenido forzosamente que advertir a los representantes de España que, de llegar a la terna final, con Canadá y Japón, una nota letal en el primer punto de la comparativa los fulminaría. Una nota como esta:
 
“Vandellòs se encuentra en la Comunidad Autónoma de Cataluña, una de las 17 en que está dividida España, el país más descentralizado de Europa y donde las CCAA ostentan la mayor parte de las competencias de gobierno. ERC, un partido secesionista que contará pronto con amplios poderes ejecutivos sobre un presupuesto de casi 20 millardos de Euros, se muestra dispuesta a mantener desde el gobierno autonómico una campaña de reivindicación permanente de la soberanía de Cataluña. Por otra parte, la formación IC-Els Verds, controlada por comunistas y con grandes posibilidades de gestionar el área de medio ambiente, se ha mostrado frontalmente opuesta al proyecto ITER.”
 
El gobierno español ha reconocido la superioridad de la oferta francesa mientras la oposición culpaba de la pérdida del ITER a la “diplomacia de confrontación” de Aznar o a que éste era “el más asqueroso de la clase”. Por patriotismo, el gobierno no señala a nadie con el dedo; prefiere abortar una disputa estéril, aceptar los hechos y maximizar las ventajas de una retirada a tiempo con la obtención de la “Agencia de Fusión”.
 
Pero, para un observador, el patriotismo puede consistir en formular la molesta verdad: una semana después de las elecciones catalanas, la nueva situación de inestabilidad política ha pasado su primera factura en forma de lucro cesante, de oportunidad perdida. Una factura abrumadoramente alta. En años venideros, los millares de jóvenes que no trabajarán en Vandellòs se podrán poner el disco que les ha asestado Pedrojota y repetir con Aute: “los hijos que no tuvimos se esconden en las cloacas”.
 

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