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Ni un paso atrás

El largo debate en torno a la Convención Europea y la crisis de Irak han dejado algunas cosas claras a los dirigentes franceses y alemanes: si quieren seguir ejerciendo la misma influencia que en décadas pasadas tienen que disciplinar a las naciones de tamaño medio y pequeño, y dejar muy claro a los nuevos miembros cuáles son las reglas de facto que rigen el selecto club europeo. Estamos, y estaremos los próximos meses, ante un ejercicio clásico de diplomacia de poder, porque más vale prevenir que curar. Recordemos cuatro ejemplos bien conocidos por todos.
 
La revisión de los acuerdos de Niza sobre el sistema de votación, planteada por Giscard d’Estaigne en la Convención, no responde al reconocimiento de que el sistema vigente funciona mal, sino a que complica a Francia y a Alemania la formación de mayorías. De lo que se trata es, sencillamente, de restar capacidad a estados como España y Polonia, junto con otros estados miembros, de bloquear iniciativas provenientes del Eje París-Berlín. El sistema que propone la Convención convierte a las dos grandes potencias continentales en las decisorias de la política europea.
 
Las reglas son para cumplirlas, pero unos más que otros. Técnicamente no era necesario establecer unos criterios económicos para garantizar la estabilidad del euro y, por lo tanto, mucho menos, fijar unos mecanismos sancionadores para los estados que no los cumplieran. Si se hizo fue para controlar a gobiernos poco fiables, como el español o el italiano. Pero cuando los que no cumplen las condiciones, porque la situación de la política interior no aconseja hacer ahorros ni poner orden en el gasto público, entonces, en un formidable ejercicio de arrogancia, los dos grandes hacen valer su fuerza y anulan el régimen de sanciones. Queda claro para cualquiera que el euro será lo que Francia y Alemania quieran.
 
En la soledad de la crisis de Irak, Francia y Alemania lanzaron una iniciativa, formalmente belga, para constituir una célula de planeamiento y un cuartel general, el núcleo original de una política de defensa europea. Como la operación tenía un inequívoco sesgo anti-norteamericano, sólo Bélgica y Luxemburgo participaron en su fundación, que tuvo que hacerse fuera del ámbito de la Unión Europea. En un nuevo ejemplo de europeismo, las grandes potencias continentales realizaban sus acuerdos fuera del marco institucional, sin que Javier Solana contara, para dar luego al resto la oportunidad de aceptar o no aceptar el hecho consumado. Ante la sorpresa de muchos, Tony Blair se sumó a la operación por miedo a quedarse fuera del único pilar en el que Gran Bretaña está. Blair premió así a Chirac por su comportamiento en la crisis de Irak, por mucho que trate de convencernos de que entró para descafeinar un proceso peligroso y para abrirlo a los restantes estados, ahora excluidos. En adelante, como miembros de la Unión, se nos concederá el gracioso derecho de sumarnos a una iniciativa en marcha, elaborada a imagen y semejanza de los intereses de otros.
 
El último es más reciente. La presidencia italiana, en otra pública demostración de lo fiable que es Berlusconi, propone la rectificación de uno de los puntos del texto presentado por la Convención, que recoge el mecanismo vigente. Donde se decía que los estados tenían derecho de veto en materia de decisiones sobre política exterior, ahora se intenta imponer una mayoría cualificada. De nuevo el rodillo franco-alemán para asegurarse de que nunca más vuelva a suceder lo ocurrido durante la crisis de Irak.
 
Hay europeos de primera y europeos de segunda, o eso intentan imponernos. Estamos ante una auténtica lucha por el control de la Unión y es mucho lo que nos jugamos. Toca mantenernos firmes a pesar de las muchas presiones que sufriremos.

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