Menú
“¿Para qué sirve IU?”. Esta era la pregunta que se hacían muchos electores hace unos años, que no veían en esta formación más que buenas, o locas, intenciones. El papel de IU ha cambiado bastante en esta última legislatura. Es un elemento a contar a la hora de formar Gobierno para socialistas y nacionalistas. IU gobierna en coalición en el País Vasco y en Cataluña, y estuvo en un tris de hacerlo en Madrid. La razón del cambio es que la dimensión política crucial que se está ventilando en las elecciones ya no es la social o la nacional, sino la constitucional. Ya no se trata de gobiernos de izquierda, derecha, nacionalistas o no nacionalistas. La unión para gobernar se realiza en torno a la idea de mantener, cambiar o desmontar la Constitución, y con ello España.
 
El PSOE de Felipe González se construyó sobre la atracción del elector cívico; esto es, del ciudadano moderado que concede su confianza a la opción política que cree más oportuna para él y su país, y que es capaz de cambiar de voto sin mudar su pensamiento. El PSOE consiguió este voto templando su discurso socialista con el abandono del marxismo y del republicanismo. La moderación del PSOE no provocó que el elector izquierdista se marchara al PCE, sino todo lo contrario: el votante comunista vio en el partido socialista una opción de gobierno, y lo demostró en las urnas. La preponderancia de electores cívicos es la señal de que se vive en un país satisfecho con su democracia. A la crisis del PCE le puso freno la creación de Izquierda Unida en 1986, animada por el frente antiOTAN. Y Julio Anguita le dio una impronta propia: el PSOE no era la izquierda por sus siglas, sino por el programa; y pretendió recoger el voto de la “verdadera izquierda”. La consecuencia de esto fue el encadenamiento de denuncias contra el PSOE por los casos de corrupción, y por una política que consideraban de derechas, a la que contestaron secundando el duro control parlamentario del PP y las huelgas generales de los sindicatos. A pesar de la recuperación electoral de IU, el PSOE de González se mantuvo en su moderación.
 
Joaquín Almunia recogió un PSOE derrotado en las urnas por la derecha. Creyó que la victoria pasaba por resucitar el pretendido sentimiento izquierdista de los españoles. Aún se podía oir aquello de: “España es un país de centro izquierda”. Ya. Almunia abandonó la moderación para acercarse a la IU de Paco Frutos, sucesor mediocre de Anguita, y volvieron a perder, con unos resultados electorales peores. Zapatero, en su primera versión, parecía la vuelta a la moderación, al proyecto propio, cívico, realista y moderado; pero en su segunda etapa, la “almuniana”, ha elegido una fraseología izquierdista –aunque aquí no hay Lenin ni Kautsky– de la que sólo se beneficia IU. El PSOE de Zapatero le hace la campaña, la justificación y le monta la timba a IU. No hay que ser un experto en mercadeo electoral para verlo.
 
Los nacionalistas, por otro lado, han encontrado en IU el aliado comprensivo y disponible. Coinciden en los medios –quebrar la Constitución– aunque no en los objetivos, pues los primeros quieren su Estado particular, e IU se conforma con reconstruir el país sobre la base de la República federal. Nacionalistas e izquierdistas reconocen el llamado “derecho de autodeterminación”, no en vano estuvo en los manuales soviéticos, allá por los años 60, para el adoctrinamiento de los independentistas metidos en la descolonización. De esta manera, IU parece la opción dialogante ante los constitucionales, pretendidamente inmovilistas, y crece en las elecciones.
 
La estrategia de Gaspar Llamazares es unir a todos contra el PP, como ha demostrado su propuesta de hacer listas conjuntas para el Senado. Únicamente así puede pintar algo IU, significándose como la izquierda que quiere “otro Estado español”. Alimentada por socialistas y nacionalistas, IU ha encontrado su uso: ser el partido muleta de cualquiera que rechace al PP y quiera cambiar la Constitución sobre la base de una nueva, abierta y desconocida ordenación territorial. Llamazares ha trocado la política positiva de Anguita, llena de propuestas –aún se recuerdan sus 70 puntos programáticos, en aquel discurso sobre el Estado de la Nación–  y purista –jamás habría pactado con la derecha xenófoba y racista del PNV. Y a cambio, Llamazares ha implantado la negación, el frentismo sin contenido y el revival político de brocha gorda. Así, Anguita ha desaparecido del vídeo de IU en la Asamblea federal; como en aquellas fotos de Stalin en las que, al estilo de Agatha Christie, iban borrándose los “diez negritos”.
 

En España

    0
    comentarios