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Siempre me pareció que al fútbol se jugaba realmente con la cabeza y no con los pies. Por eso el jugador italiano Roberto Baggio, de quien los españoles no conservamos precisamente un grato recuerdo, fue un futbolista muy grande mientras las malditas lesiones se lo consintieron. A Baggio no le acompañaba un físico excepcional pero sí una inteligencia e intuición creativas fuera de cualquier tipo de discusión, confirmando esa teoría de que los pies constituyen sólo una herramienta de trabajo en el fútbol. ¿O es que alguien cree realmente que la técnica del deportista está en sus pies o manos? En absoluto. La técnica del futbolista es similar a la que aplica el ajedrecista con la única diferencia de que los movimientos del primero se dirigen directamente a los pies. Sensible y creativo al mismo tiempo, Baggio podría ser considerado perfectamente como un "Kasparov del fútbol". Seguirá pensando el fútbol sólo que a partir de ahora lo hará desde un despacho -ojalá suene la flauta- o quizá desde el salón de su casa.
 
Tengo la impresión de que en estos últimos tiempos el fútbol creativo ha vuelto a sacarle un par de cabezas de ventaja al especulativo, pero conviene estar alerta y con los ojos bien abiertos; y si el futbolista Baggio fue capaz de litigar -y yo creo que vencer en su contencioso "deportivo-administrativo"- con el entrenador Giovanni Trapattoni, quien viene a representar en Italia lo que aquí Javier Clemente, no veo por qué no podría él mismo defender activamente la idea que tuvo del fútbol aunque lo haga en esta ocasión desde un banquillo.
 
Lo que le otorgó a Baggio el Balón de Oro o el FIFA World Player no fueron decididamente sus pies sino la cabeza, esa privilegiada testa de Vicenza que le permitía pensar en milésimas de segundo. Si el tenis es un deporte de ángulos, el fútbol lo es de espacios libres, huecos para los que encontrar un significado sobre la marcha. Baggio solía resolver como nadie ese problema. Y ahora sus piernas se niegan a continuar llevándole la "testa" a la sillita de la reina. Una pena porque Roberto pensaba el fútbol como nadie.

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