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Ignacio Villa

Un reformismo infantil

A punto de echar el cerrojo a este año, políticamente largo e intenso, la posible reforma de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía se encuentra sobre la mesa como la gran cuestión pendiente, al menos a juicio del PSOE. Pero la polémica no hace sino confirmar algo evidente: se trata de una ficción de los políticos completamente ajena a los ciudadanos. Nos encontramos ante una excusa de aquellos que, por miedo a su hundimiento personal, se agarran a la primera polémica que pasa cerca, más preocupados por su propia supervivencia que por el interés general de los ciudadanos.
 
Está claro que la deriva que el PSOE ha emprendido con una cuestión tan delicada como la Constitución esconde un profundo descontrol interno. Sin dirección, los socialistas ven cómo se acercan unas elecciones generales que podrían suponer una derrota histórica para ellos; una verdadera hecatombe que está provocando que muchos ya empiecen a tomar posiciones pensando en el "día después" de José Luis Rodríguez Zapatero.
 
En estos momentos, los muros socialistas aguantan a duras penas a dirigentes muy dispares. Los hay que, como Bono e Ibarra, mantienen –con reservas– la idea de la cohesión nacional; otros, como Maragall o Elorza, han dejado toda componenda para alinearse con los enemigos de la Constitución; y también hay ejemplares, como Chaves, que juegan a un "reformismo" más cerca de la banalidad que de la madurez política. Y estos muros tienen como principal valedor a Rodríguez Zapatero, siendo el actual secretario general del PSOE y su equipo los que han permitido este desbarajuste interno que puede costar muy caro en la calle Ferraz.
 
De todas formas no deja de ser paradójico que el último en subirse a este tren reivindicativo haya sido Manuel Chaves. El presidente andaluz, sin duda en la recta final de su carrera política, se ha convertido en un triste valedor de los "rebeldes" de su partido. Él, como presidente del PSOE es quien debería, desde la experiencia, marcar las pautas del partido, pero ha claudicado de forma miserable. Se ha apuntado a un reformismo de medio pelo para dar cobertura a aquellos a quienes ni siquiera ellos mismos son incapaces de reconducir, parapetándose en una posición que le asegura un triste final para su carrera política.
 
El deplorable espectáculo que ofrecen los socialistas ha obtenido siempre una respuesta correcta desde el Gobierno y desde la dirección del PP. El último ejemplo lo tenemos en el propio Mariano Rajoy. Pero se echa de menos que los presidentes autonómicos populares –que son un buen ramillete– se muestren más activos haciendo frente a los desmanes del PSOE. Exceptuando a Esperanza Aguirre y a Jaume Matas, que hace tiempo irrumpieron con claridad en escena para hacer frente al PSOE, el resto permanecía callado. Ahora parece que otros, como el riojano o el murciano, comienzan a desperezarse y hacen frente a los Maragall, Chaves y compañía.
 
No obstante, sería bueno que el "poder autonómico" del PP, sin frentismos y amparándose en el argumento de peso y en la razón de Estado, fuera más contundentes con los desvaríos socialistas. Hay demasiado en juego para ocultarse ahora en silencios prudentes.

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