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Saúl Pérez Lozano

Bolívar, la excusa

Bajado de la Sierra Maestra, ya en el poder que interpuestos simulaban ejercer por él, Fidel Castro afirmó que no era comunista e igualmente lo repetiría meses después, en Ginebra, Nikita Jrushov. No pasó mucho tiempo para que se declarara marxista-leninista y entregara a Cuba en brazos de la Unión Soviética.
 
La figura de Martí fue utilizada por Castro mientras servía sus propósitos, como Hugo Chávez en Venezuela, su pupilo predilecto, se aprovecha del mito bolivariano para justificar lo que él llama su revolución. Al igual que su ídolo e inspirador, Chávez también niega ser comunista.
 
Chávez se escudó en el mito bolivariano, ocultando su verdadera intención, para arrastrar a compañeros suyos en la Academia Militar a una fracasada aventura golpista.
 
Hay una anécdota de un economista que simpatizó con Chávez, según la cual aquél se fue a sentar en una silla a la diestra de Chávez y éste le increpó diciéndole que esa silla era de Bolívar. Para los mitómanos bolivarianos el personaje no fue un militar común y corriente, sino una especie de superhombre. Ahora mismo, los adeptos de Chávez y en particular los que visten franelas con la efigie del Che Guevara o de Castro, entonan que la espada de Bolívar está viva y recorre la América Latina.
 
Chávez sencillamente utiliza la figura de Bolívar como Castro utilizó a Martí. Chávez tiene una mezcolanza que como péndulo oscila entre un fascismo y comunismo rudimentarios, pero pretende ser el heredero, el relevo, del sanguinario dictador cubano.
 
Marx, Engels, Lenin se apoyaban en la utopía igualitaria y se servían del estado para luchar y destruir a la burguesía e imponer su dictadura con el partido único y así aferrarse al poder mientras envilecían a los pueblos. Pero el ingrediente Guevara añade una nueva figura: la creación del hombre nuevo que, para llegar a él, hay que destruir, aun con sangre, la sociedad existente, para que otra nazca. Este guevarismo es repetido consistentemente por Chávez, pero tampoco olvida las enseñanzas del argentino Ceresole, fallecido, que le inyectó peronismo, nazismo, fascismo.
 
La verborrea de Chávez recuerda a aquel Hitler tosco, contradictorio, de chistes estúpidos, alejado del raciocinio, incoherente. Pero ni Hitler ni Mussolini ni el mismo Castro se atrevieron, como sí lo hizo una turba chavista mientras se celebraba el quinto aniversario de su ascenso al poder, que tomó una plaza como si fuera un botín de guerra, y se profanó la imagen de la Virgen; una de ellas fue decapitada, a otra la pintarrajearon de rojo. Allí se violó y destruyó una placa en memoria de las tres personas que perdieron la vida en el mismo lugar, un año antes, el 6 de diciembre. Chávez llegó a la presidencia ofreciendo acabar con los vicios presentes y por ello votaron masas de pobres esperanzados, pero también pudientes, profesionales y clase media que no repararon, que cedieron ante el subconsciente embrujo de un candidato de origen golpista. Tampoco indagaron sobre los matices marxistas que ponían al desnudo investigadores que se dedicaron a hurgar en el pasado de Chávez. Por eso no es verdad que el pueblo siempre tiene la razón y menos cuando no hay hábito de lectura.
 
Hitler afirmaba que el tercer Reich duraría mil años. Chávez, que estará en la jefatura del estado hasta el 2021. Pero Chávez está asustado porque se sabe derrotado en un referendo revocatorio limitado a un sí o a un no.
 
De demócrata sólo tiene un disfraz, ocultó el ser ''revolucionario'' en sus primeros años de gobierno y revolucionario no cree en elecciones ni en entrega del poder. Insistirá en obstaculizar con trampas la consulta popular, provocará violencia y repite como letanía goebbelsiana la especie de un supuesto fraude en la recolección de firmas de la sociedad democrática. Anda de cuartel en cuartel diciéndoles a los militares que hubo fraude e intenta amedrentar a los rectores electorales. Pero los fraudes, señor Chávez, los cometen los gobiernos, no los opositores; la recolección de firmas se hizo siguiendo las propias recomendaciones de Chávez. Desprecia la opinión de la mayoría. Es un saco de mentiras, como miente al hablar en nombre de una revolución bolivariana.
 
Sabe que está en el umbral del ocaso. Un pueblo abofeteado no puede perdonarle la legitimación invasora de la decadente Cuba castrista, ignominiosamente derrotada por militares institucionalistas venezolanos en los 60.
 
© AIPE
 
Saúl Pérez Lozano es periodista venezolano, coordinador general editorial del Bloque DEARMAS.

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