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EDITORIAL

De notable para arriba

Tras firmar el Rey el decreto de disolución de las Cortes, el presidente de Gobierno ha comparecido este lunes ante los medios de comunicación en La Moncloa y, posteriormente, en TVE, para hacer balance de su gestión al frente del Ejecutivo en estos últimos ocho años. Aznar ha manifestado sentirse "satisfecho" y "orgulloso" de su labor de gobierno en estas dos últimas legislaturas. Tiene motivos sobrados para estarlo. España ha experimentado durante sus mandatos una de las más acusadas fases de prosperidad y crecimiento de toda su historia. Esto es un hecho objetivo que, como todo balance, es el resultado del cotejo de un debe y un haber en el ejercicio del poder.
 
Entre las carencias más destacables, debemos empezar por la propia política en los medios de comunicación. Aznar llegó con la promesa de liberalizar también en este terreno y contrarrestar el desequilibrio desarrollado y consolidado a favor de Prisa en la etapa de los gobiernos socialistas. Sin embargo, en la actualidad el panorama sigue siendo igual de desolador –sino peor– por haber abdicado de sus promesas de apertura de mercados, de privatización e incentivos a la competencia que duermen el sueño de los justos.
 
Son pocas. Pero, otra promesa incumplida es la de la reforma de la Justicia, que ciertamente no consistía en llegar a un consenso con la oposición para repartirse –y, encima, mal– el pastel. La reforma se basaba, por el contrario, en devolver al Poder Judicial su independencia, resucitar a Montesquieu, al que habían enterrado los socialistas, y que fueran los miembros del poder judicial, y no los representantes del legislativo, los que eligiesen a los miembros de los máximos órganos judiciales.
 
También cabe situar en el debe –hasta cierto punto– la falta de profundización en la vía reformista y liberalizadora emprendida en la primera legislatura, que tuvo como exponente la desgraciada decisión de dar marcha atrás en una necesaria y todavía pendiente reforma laboral.
 
No obstante, también nos debemos referir al mercado laboral para situar uno de los grandes logros de la gestión de Aznar, como ha sido la creación de empleo. Aunque esta se haya ralentizado por falta de nuevas reformas, España ha liderado en todos estos años la lucha contra el paro en Europa, y hemos pasado de conocer tasas de casi el 25 por ciento de desempleo bajo el Gobierno del PSOE a unas inferiores al 9 por ciento. Y es que el mercado laboral ha sabido responder con generosidad a las moderadas reformas laborales y reducción de los impuestos, todo un indicador de lo que debe marcar la gestión futura del Gobierno.
 
Al margen de reformar, el Ejecutivo del PP ha sabido gestionar con enorme acierto el marco heredado, tal y como demuestra la consolidación y mejora de las pensiones y el saneamiento de las cuestas públicas que ha dado estabilidad y bases sólidas a un crecimiento económico ininterrumpido durante ocho años de Gobierno.
 
Aznar cayó por un breve espacio de tiempo en la tentación del atajo en política antiterrorista, como fue querer apaciguar a ETA durante las negociaciones celebradas durante la tregua de la banda terrorista. Sin embargo, hay que señalar que a esa tentación le empujaron, con más fuerza aun, la totalidad de los medios de comunicación y de los partidos políticos de la oposición. Desde entonces, Aznar no sólo ha sabido retomar la misma vía que él mismo emprendió de la mano de Mayor Oreja, sino que ha profundizado en ella con logros tan importantes para la derrota de ETA como son el endurecimiento de las penas, los éxitos policiales en la detención y el fin de la representación política de ETA y de su financiación pública. Aunque la llamada "ley de partidos" aún tiene que hacerse cumplir en el País Vasco, es evidente que su aprobación y la firmeza en el discurso hacen de la política antiterrorista una de las asignaturas en las que el PP de Aznar ha sacado mejores notas.
 
No ajenos a esta política contra el terrorismo se encadenan dos grandes aciertos de la política de Aznar: la defensa de la unidad y cohesión de España y la participación de nuestro país en el exterior. La primera debería ser un denominador común de todos las formaciones políticas. Sin embargo, no podemos dejarla de señalar, cuando otros partidos nacionales, como PSOE o IU, se han dejado arrastrar de la mano de los partidos nacionalistas e independentistas.
 
En cuanto a la política exterior, España ha asumido el desafío que a todas las democracias dignas de ese nombre lanzó el terrorismo islámico el 11 de septiembre de 2001. España no sólo ha cumplido, sino que ha liderado el compromiso atlántico en Europa en un momento de irresponsables reticencias y obstáculos mantenidos por el eje franco-alemán. Nuestro Gobierno no sólo ha respaldado el derrocamiento de un régimen terrorista como el de Sadam Husein, sino que ha implicado a nuestras tropas en la tarea de pacificar y democratizar Irak. Aún le daríamos mejor nota al Ejecutivo en este asunto si hubiera acompañado esa política de compromisos con una mejora del estado de nuestras abandonadas Fuerzas Armadas que los hagan asumibles.
 
Aunque la oposición haya querido hacer de Irak –junto al "Prestige"– el talón de Aquiles del Gobierno, en ambos asuntos la gestión de Aznar ha sido la correcta. Lo que ha fallado es su política de comunicación, error que podemos endosar al ya citado en el capitulo del debe.
 
Finalmente, si recordamos que la corrupción, aunque siempre puede estar al acecho, se ha mantenido en estos ochos años como cosa del pasado, es precisamente echando la vista atrás donde la ya de por sí notable gestión de Aznar al frente de un Gobierno que abandona por voluntad propia se nos presenta como históricamente insuperable.

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