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Los límites del poder imperial

Estados Unidos está asumiendo, con evidentes dificultades, su condición de imperio. Tras el 11-S, la Administración republicana del presidente Bush ha llegado a la conclusión de que sólo difundiendo por el planeta los valores de la democracia liberal se podrá lograr un mundo más pacífico. Ya no basta con ganar. Hay que transformar las sociedades derrotadas y dar paso a estados de derecho.
 
Pero una cosa es querer y otra poder. Las limitaciones están a la vista.
 
En Afganistán el lento y complejo proceso constitucional ha llegado a su fin y la  Asamblea de Notables ha impuesto la Ley Coránica como base del entramado legal del país ¿Era esto lo que buscaba la Administración Bush? ¿Representa la visión norteamericana de la expansión de los principios y valores de la democracia liberal por el mundo?
 
En Iraq la transición hacia el autogobierno se acelera, no porque se den condiciones para ello, sino por su efecto sobre la campaña electoral norteamericana. Un “aviso a navegantes” del Gran Ayatolá Alí Sistani, rechazando el plan establecido por el “virrey” Bremer, ha descompuesto a las autoridades de Washington, que buscan en Naciones Unidas un compromiso con el líder chiíta. Sistani tiene razones para estar preocupado. Los notables que formarán la nueva Asamblea podrían no ser representativos de la sociedad iraquí y, sobre todo, de la mayoría chiíta. Pero él también es consciente de que no hay un censo y de que en determinadas zonas, como en el famoso triángulo sunita, no es previsible que puedan presentarse más candidaturas que las avaladas por el baasismo.
 
El nuevo imperio americano, en su versión Bush, quiere transformar regiones completas, pero tendrá que hacerlo teniendo en cuenta dos circunstancias.
 
En primer lugar, los cambios que aspira a conseguir no son cosméticos, sino culturales. Necesitan tiempo y mucha voluntad. En Afganistán pasaron del subdesarrollo a la guerra y de la guerra al fanatismo islamista. No podemos esperar que levanten su nuevo edificio jurídico si no es sobre sus bases tradicionales. Lo importante es que constituyan un estado de derecho, se difundan las ideas occidentales y se generalice el acceso a la educación. Poco a poco, con la sucesión de generaciones, la sociedad afgana se incorporará al mundo moderno. En Iraq, donde se había avanzado mucho más, es necesario asentar el estado de derecho sobre la realidad nacional. Iraq no ha tenido una Revolución Gloriosa ni unas Cortes de Cádiz. Su historia es otra y, para que la democracia liberal triunfe allí de verdad, tendrá que recorrer su propio camino y partir desde sus propios valores. Hay que entenderse con los ayatolás y con los muláhs para consolidar regímenes políticos que tengan opción de futuro.
 
En segundo lugar, este proceso de transformación, que a menudo requerirá de la amenaza o del uso de la fuerza, tiene que hacerse desde una posición política – el gobierno imperial- que cada dos años está obligado a pasar por las urnas. La renovación de las cámaras legislativas puede cambiar el equilibrio de poder y privar al Presidente del apoyo necesario ¿Es posible actuar en el medio y largo plazo –las estrategias imperiales siempre requieren de un tiempo prolongado para su ejecución- cuando hay que revalidar el apoyo popular constantemente?
 
Estados Unidos vive un período histórico comparable al inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial. Entonces, bajo la dirección de Harry Truman, tuvieron que evaluar las amenazas ante las que se encontraban y decidir las estrategias a seguir. Hoy, como entonces, tienen  claro que las políticas aplicadas con anterioridad ya no sirven. Para que las nuevas, si es que acaban imponiéndose, puedan llevarse a la práctica, las elites norteamericanas tendrán que tener en cuenta que su poder de transformación sólo se hará realidad con un apoyo constante de la sociedad norteamericana y aceptando que cada pueblo tiene que seguir su propio camino, el que viene determinado por su historia, para llegar a una auténtica democracia liberal, al respeto de unos valores universales.

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