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Porfirio Cristaldo Ayala

Odio al lucro

En mi país, el lucro es casi una obscenidad. Los intelectuales lo encuentran despreciable y los empresarios lo tratan con vergüenza. Un sacerdote aseguró que “no debe haber lucro porque es contrario a los designios de Dios”. Este descrédito que está en la raíz de la pobreza surge de la ignorancia económica y de la idea que sólo la solidaridad y la política llevan al bien común. La realidad es muy diferente. El lucro conduce al bien común más eficazmente que la falsa vocación de servicio desinteresado de los políticos y funcionarios públicos y que el esfuerzo humanitario de las ONG, las organizaciones caritativas y sin fines de lucro.
 
El interés particular es parte de la naturaleza humana, dirige la acción de virtuosos y pecadores, de egoístas y altruistas. Pero la acción más bondadosa puede ocasionar estragos al bien común. Los peores males padecidos por la humanidad han tenido fines altruistas. El afán de lucro, en cambio, siempre tiende al bien común, dado que su búsqueda impulsa a las personas, no por bondad, sino por su propio interés, a servir a sus semejantes lo mejor posible. Esta admirable realidad suele pasar desapercibida. El lucro o beneficio cumple una función social fundamental, obligando a los empresarios, por su interés personal, a servir a la sociedad produciendo bienes y servicios de la mejor calidad y al menor precio. Los comerciantes que no satisfacen a sus clientes incurren en pérdidas y quiebran. En el gobierno, en las ONG y en las organizaciones sin fines de lucro, no existe nada que tenga el poder de exigir a sus administradores a ofrecer el mejor servicio al menor costo.
 
El lucro o beneficio también cumple una función económica esencial. Es la fuerza que en la economía libre impulsa la creatividad, la innovación y el progreso tecnológico, la asignación óptima de los recursos, eleva la productividad y los salarios y mejora la calidad de vida. Exige a las empresas perfeccionar continuamente sus productos y reducir sus costos de producción desarrollando métodos más eficientes, con el fin de bajar sus precios y aumentar sus ventas. Y cuanto más bajan sus precios, mayor es el beneficio social. La disciplina que impone el lucro evita a la gente depender de la generosidad y honradez de los empresarios para obtener los bienes y servicios que necesitan. La competencia asegura que los productores que mejor sirven las necesidades de las personas obtienen mayores ganancias, realizan más inversiones, mejoran su eficiencia, crean más empleos y prosperan.
 
Persiguiendo su propio interés, promueven el bienestar social. Por otra parte, la vocación de servicio desinteresada de los políticos es un viejo cuento. Los políticos, al igual que todos, buscan su propio interés. La diferencia está en que, al no depender del lucro, no están obligados a servir a las personas de la mejor manera posible. Su principal incentivo es la permanencia en el poder. Por eso a menudo defienden los intereses de los grupos de presión en contra del bien común y caen en el amiguismo y clientelismo, a costa de la gente. Los estatistas suelen quedar desorientados ante el hecho de que las empresas públicas, que no buscan el lucro, prestan servicios más caros y peores que las empresas privadas, y como no pueden competir, sobreviven gracias al monopolio y los mercados cautivos.

¿Por qué las empresas públicas que no tienen lucro, y gozan de exoneraciones tributarias, subsidios y créditos blandos, proveen bienes y servicios más costosos que las empresas privadas? La explicación está en que las empresas privadas, para competir, atraer clientes, obtener ganancias y subsistir, deben innovar, mejorar su eficiencia productiva y bajar sus precios continuamente. Precisamente, por sus menores precios, los gobiernos en todo el mundo contratan a empresas privadas para realizar desde la recolección de basura, hasta el suministro de agua, luz y teléfonos. El lucro promueve la cooperación pacífica y voluntaria de las personas e impulsa el progreso social. El hecho de obligar a cada uno, virtuosos y deshonestos, a servir a sus semejantes por su propio interés es lo que hace de la economía libre el sistema más humano jamás concebido. El desprecio al lucro es un mito del socialismo que empobrece a los pueblos.
 
© AIPE
 
Porfirio Cristaldo Ayala, corresponsal de AIPE en Asunción (Paraguay) y presidente del Foro Libertario.

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