Menú
Cristina Losada

El avispero y los abejorros

Los adversarios de la guerra contra Sadam encontraron en su día la imagen del avispero y con ella practican el vuelo del abejorro. El avispero, vienen a decir, era soportable cuando concentraba su veneno en el interior y no veíamos, ni nos tocaba, el sufrimiento que infligía. Al haberle dado la patada, se ha desencadenado su furia, los iraquíes padecen enormemente y los que tenemos tropas allí, sufrimos sus mortales picaduras. Todas las malas noticias, los atentados, el goteo de bajas, las penalidades persistentes, les llevan a corroborar esa visión y a pedir el regreso de las tropas. Ninguna de las buenas noticias, ni sobre la mejora paulatina de la vida en Irak, ni sobre los cambios de actitud en estados vecinos, y no tan vecinos, encuentran hueco en el esquema. Larguémonos de allí, viene a ser el mensaje, y su corolario: que se maten entre ellos.
 
Cuando uno presta un poco de atención a lo que ocurre en Irak, aparte de los ataques terroristas, esas posiciones parecen aún más impropias de una cultura que se precia de humanitaria y unos grupos que miman y soban la palabra “solidaridad”. Mientras los iraquíes de bien se esfuerzan por construir una nación libre frente a la agresión de los insurgentes de toda laya apoyados por las tiranías de la zona, en Occidente hay quienes están por dejarlos tirados. Y muchos por propio interés: para ganar unas elecciones, usando el avispero, y a los muertos, de arma arrojadiza contra sus adversarios. Porque otra cosa sería que criticaran errores cometidos en la posguerra y propusieran mejores planes, sin amenazar con la retirada de las tropas extranjeras, únicos baluartes que hoy tienen los iraquíes frente al terror.
 
Los iraquíes son, lógicamente, más conscientes de su situación, como muestran los sondeos realizados en Bagdad, disponibles en la web del Real Instituto Elcano y de la Autoridad Provisional iraquí. Puede que a muchos no les guste que haya soldados extranjeros en su suelo, pero saben que su presencia es necesaria. La posibilidad de un descenso de tropas norteamericanas ha generado comprensibles temores. Las encuestas reflejan también que el fantasma de una república islámica al estilo Jomeini no es, de momento, tan corpóreo como creen algunos: la mayoría no desea un gobierno islamista. Los dirigentes chiíes de Irak no son un calco de los ayatolás persas. Aunque todo puede cambiar si la estrategia del terror consigue su objetivo: provocar una guerra civil entre los grupos religiosos y étnicos. Si, además, logran que el avispero se vuelva insostenible para los USA y sus aliados, habrán ganado la partida. La coincidencia de la transición iraquí con el proceso electoral norteamericano, hace de estos meses venideros un momento especialmente delicado.
 
El zumbido de las disputas políticas libradas con el pretexto de Irak no beneficia a nadie en este trance. Bueno, a nadie, no. El profesor Bernard Lewis, uno de los grandes expertos occidentales en el mundo islámico, decía en una entrevista en el Frankfurter Allgemeine Zeitung (02-02-04) que los dirigentes de Al Qaeda pueden interpretar el debate actual sobre Irak “en el sentido de que Occidente vuelve a estar débil y desunido y que no podrá hacerles frente”. Del mismo modo que, como señala, veinte años de ataques sin respuestas contundentes les hicieron pensar a los terroristas del 11-S, que esa vez también les saldría gratis. El riesgo existe, sobre todo, porque el debate que nos sirven los abejorros escamotea la cuestión esencial: que Irak es hoy el tablero sobre el que el mundo democrático se juega la batalla contra uno de sus principales enemigos. Y que si se pierde, no se pierde sólo, que ya es mucho, el nuevo Irak que la mayoría de los iraquíes desea.

En Internacional

    0
    comentarios