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Ignacio Villa

Mentirosos compulsivos

Maragall y Carod Rovira lo han conseguido. Gracias al uso sistemático de la mentira, han conseguido demoler la credibilidad de las instituciones catalanas. Han mentido, descaradamente y de forma repetida. Y la mentira es la tumba de cualquier político. El pasado mes de enero, para intentar solucionar la crisis en Cataluña, dijeron que Carod salía del Gobierno y no volvería a él. Ahora nos enteramos de que había un "pacto no firmado" entre los dos, para que el líder independentista volviera al Ejecutivo de Maragall antes de celebrarse las elecciones europeas. Dicho de otra forma: han mentido a todos los ciudadanos, especialmente a los catalanes que les votaron el pasado mes de noviembre.
 
Maragall se ha vuelto a contentar con las exigencias de Esquerra Republicana, que va a continuar en el Gobierno con todos los poderes.  En lugar de buscar la corresponsabilidad institucional de CiU y del PP, ha preferido quedarse con los que se sientan con los terroristas de ETA a negociar una paz selectiva. El presidente catalán ha entrado consciente y libremente en el juego y en la mentira de Carod, por lo que su nivel de responsabilidad es el mismo, cuando no mayor. Maragall es el escalón máximo institucional, por lo que su visto bueno a estos manejos le "inhabilitan éticamente" para sus responsabilidades.

¿Qué se puede esperar de unos políticos que han mentido a sus votantes? ¿Qué grado de confianza pueden tener los ciudadanos catalanes en dos personajes que arreglan todo como dos amiguetes alejados de la voluntad popular? ¿Qué se puede esperar de dos políticos que, ajenos a todo y a todos, conciben la política como un cortijo propio? ¿Hasta dónde llegarán? Maragall y Carod se han instalado en la mentira compulsiva.  Cuando un político utiliza ésta como único y último recurso de defensa ante los propios errores, poco tiene que decir. Y, lo que es peor, ya nos les cree nadie. Incluso los suyos aguantan el tipo mirando hacia otra parte, sabedores de que el final de ambos está a la vuelta de la esquina. Como frutos maduros y corruptos terminarán cayendo, quedando para la historia como una triste página de la política catalana.

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