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Amando de Miguel

Cantemos la palinodia

Quien tiene boca, se equivoca. Algunos lectores, refinadísimos, me hacen notar los errores léxicos que también se introducen en LD, en los editoriales, en mis escritos, hasta en la prosa del mismísimo don Federico. Por ejemplo, Fernando Echávarri, médico madrileño, encuentra el gazapo “de motu propio” en un editorial de LD. No ya gazapillo, un verdadero conejo es el desgraciado “de motu propio”. La única defensa es que así es como lo dice el pueblo tantas veces, incluso el pueblo culto. Es claro que debe decirse “motu proprio” (sin el “de” y con dos erres). Pero resulta que, para el aparato fonético de un español, ese “proprio”, con dos erres, es dificilísimo de pronunciar. La prueba es que de “proprietas” (con dos erres) hemos derivado “propiedad” (con una erre). No es una justificación del error de LD y tantos otros, pero se explica.
 
Jaime Torroja Menéndez me llama la atención sobre un error que yo cometí al dar a entender que el enchufe es el macho y la clavija, la hembra. ¿En qué estaría yo pensando? Efectivamente, la inversa es lo correcto. La clavija es el macho (lo convexo) y el enchufe es la hembra (lo cóncavo). La cosa venía a cuento de la extraña, pero expresiva, forma en que en español ponemos sexo a los objetos inanimados, incluso mecánicos. Gracias por la corrección fraterna. Por cierto, nadie me ha aclarado todavía si es “el internet” o “la internet”.
 
Óscar Zurrón-Cifuentes me recuerda que también los objetos inanimados pueden tener sexo en inglés, en contra de lo que yo aseguraba. Cita mi comunicante que los barcos o las ciudades son femeninos en inglés. Es cierto, pero también las locomotoras y otros vehículos aparatosos. Asimismo, los países o naciones a veces pueden designarse en inglés con el género femenino. Pero, en todo caso, se trata de excepciones. En inglés el sexo es más brutal, porque generalmente solo lo tienen quienes lo manifiestan. La prueba es que en inglés un bebé es todavía una cosa en términos gramaticales, al no revelar la apariencia de su sexo. Esa diferencia con el español es fundamental. En inglés da rubor decir “violencia de sexo” o “discriminación de sexo”, y por eso apelan al “género”. Pero esa misma sustitución en español es una cursilada.
 
Otro comunicante, F. Vera, echa su cuarto a espadas sobre esta cuestión de la “violencia de género”, horrísona en español. Sus argumentos son impecables. El amigo Vera propone “violencia contra las mujeres”. Pero ¿y si una mujer mata a su marido? ¿O si la nuera maltrata al suegro? ¿Y si la víctima es la abuelita por parte de los codiciosos nietos? Sería mejor hablar de “violencia doméstica”. Después de todo, el primer caso documentado de violencia doméstica fue el asesinato de Abel a manos de Caín. Lo fundamental en ese tipo de violencia no es el género sino el parentesco, la afinidad o el hecho de haber compartido el mismo techo. En muchos asesinatos se produce el hecho paradójico de que el asesino había querido alguna vez a la víctima. Eso es lo que hay que investigar. Espero que doña Cristina Alberdi tome buena nota, a cargo ahora de la oficina madrileña para el escrutinio de la violencia doméstica. Seguramente no se llamará así, sino Observatorio sobre la Violencia de Género.
 

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