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Carlos Sabino

Patriotismo y fuga de capitales

Dicen los entendidos que los latinoamericanos tienen en el exterior ahorros e inversiones por una cifra similar a la deuda externa de sus países. La afirmación puede resultar exagerada en algunos casos o quedarse corta en otros, por lo que hay que tomarla más como un indicador general de nuestros problemas que como una descripción exacta de lo que ocurre en los mercados financieros.
 
El hecho es que las naciones latinoamericanas, desesperadamente necesitadas de capital para impulsar su desarrollo económico, pierden una parte muy importante de sus recursos porque sus ciudadanos deciden enviarlos al extranjero. ¿Es que amamos tan poco nuestra tierra como para negarle lo que necesita para crecer y prosperar? ¿Somos acaso tan poco patriotas como para entregar a otros los frutos de nuestra actividad económica?
 
Quien conozca bien nuestra región y recuerde los datos principales de su historia reciente, podrá coincidir con el autor de estas líneas respecto a las verdaderas causas que hay detrás de esta conducta. Los capitales de América Latina, grandes y pequeños, no salen al exterior por falta de apego a nuestra tierra, o porque tengamos una avaricia desenfrenada, sino por razones más prosaicas y directas: lo hacen ante todo por el temor a la confiscación, a las expropiaciones que, de mil maneras diferentes, hemos sufrido los latinoamericanos a manos de nuestros gobiernos.
 
Algunos pocos casos bastarán para refrescar nuestra memoria: el más terrible y reciente fue el llamado "corralito" argentino por el cual los ahorros de millones de habitantes del país sureño quedaron atrapados en el sistema financiero por decisión, primero, del gobierno de De la Rúa y luego del de Eduardo Duhalde. Fue nada menos que el ministro Domingo Cavallo, a quien muchos consideraban todavía como un liberal favorable a las políticas de mercado y respetuoso de las instituciones, el artífice de unas medidas que, entre otras cosas, expropiaron y dejaron en la ruina a los fondos de pensiones donde millares de trabajadores habían puesto sus ahorros para la vejez. Medidas similares en sus efectos habían tomado, poco antes, el gobierno de Jamil Mahuad en Ecuador y, unos años atrás, Collor de Melo en Brasil y el propio Carlos Menem también en la Argentina, para citar sólo los casos más notables.
 
Aparte de estas confiscaciones directas se han aplicado también otras medidas de política económica que, como el control de cambios, han impedido a la gente movilizar sus ahorros mientras estos se disolvían por las devaluaciones y perdían aceleradamente su valor. Casi todos los países de la región han aplicado en algún momento estos nefastos controles, pero al momento presente destaca el drástico sistema que ha implementado Hugo Chávez en Venezuela: los venezolanos no pueden ahora utilizar sus tarjetas de crédito en el extranjero aunque estén frente a una emergencia, no pueden importar libremente y ni siquiera pueden traer al país el dinero que pudiesen tener afuera.
 
Todas estas medidas, a las que ya lamentablemente estamos acostumbrados, provienen directamente de las dificultades financieras que enfrentan los gobiernos. En algunos casos se endeudan fuera de toda proporción y medida, en otros realizan gastos imposibles de cubrir, juegan con el valor de la moneda, emiten en demasía y administran el presupuesto público con total carencia de sensatez y, casi siempre, con muy poca honestidad.
 
Mientras así se manejan las finanzas públicas, a nosotros, los ciudadanos, no nos quedan en realidad más que dos alternativas: o dejar el fruto de nuestros ahorros en países donde serán robados sin misericordia por gobernantes irresponsables o colocarlos, para protegerlos, en lugares donde se respeten algo más las reglas del juego y puedan sernos útiles para proteger el nivel de vida de nuestras familias, hacer inversiones o, simplemente, tenerlos a nuestra disposición para cuando necesitemos recurrir a ellos. No extrañará, entonces, que la mayoría de las personas, amantes de sus familias y deseosas de que no les quiten lo que legítimamente es suyo, opten por sacar sus dineros hacia lugares donde no lleguen las inmorales manos de quienes destruyen el futuro de los países que, para desgracia nuestra, les ha tocado gobernar.
 
 
Carlos Sabino es corresponsal de © AIPE en Venezuela y profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín.

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