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Pedro Fernández Barbadillo

La teoría de la conspiración entra en la Universidad

El estado de Kano, en el norte de Nigeria y donde impera la sharia, se ha negado a participar en una campaña de vacunación de niños contra la polio promovida por la OMS porque, según afirman las autoridades, el medicamento es parte de un complot de Estados Unidos para infectar a los vástagos de los musulmanes con sida y causarles la infertilidad.
 
Noticias como ésta explican por qué el Tercer Mundo permanece tan atrasado y no se puede beneficiar de los descubrimientos, desde la medicina a la política. Pero también en el mundo occidental arraigan los partidarios de las teorías de la conspiración, una epidemia que puede ser tan letal como el sida para las sociedades libres y abiertas.
 
En un breve recorrido por sitios web dedicados a la teoría de la conspiración he recopilado las siguientes: Javier Solana y Bill Clinton tienen microelectrodos conectados al cerebro y obedecen a una conspiración extraterrestre (publicado en un semanario serbio en 1999 y luego en la revista Año Cero); el número de la Bestia, el 666, no se refiere al Anticristo, sino al Papado; la Tierra está hueca y en su interior vive una raza de superhombres; el sida fue elaborado por el círculo que domina Estados Unidos para exterminar a los negros; Osama Bin Laden sigue siendo un agente de la CIA; no murió ningún judío en las Torres Gemelas el 11-S...
 
Hasta cierto punto comprendo la querencia por la teoría de la conspiración: es tan cómoda. Explica de una manera sencilla la complejidad del mundo y permite a sus creyentes colocarse sin ninguna duda en el bando de los buenos a la vez que justifica sus desgracias. Lo preocupante es que antes estas teorías (muy elaboradas; algunas se datan hace miles de años) eran patrimonio de grupos de extrema derecha y de extrema izquierda frustrados. ¿El fracaso del socialismo real? Se debió a una alianza entre capitalistas y traidores. ¿El euro? Una moneda al servicio de los amos de las finanzas para dominar a los pueblos de Europa; ¿los tipos de interés bajos? una herramienta para endeudar a las gentes de por vida con el cebo de comprar su vivienda ¿Jesucristo? No existió, sino que es un invento de Pablo de Tarso; sí existió, aunque la Iglesia ha alterado su mensaje.
 
Pero las conspiraciones han penetrado en ambientes insospechados. El otro día di una clase a alumnos de Medicina y varios de ellos declararon que no creían que el hombre hubiera llegado a la Luna en 1969 ni después. ¿Cómo sorprenderse entonces de que más del 10% de la población de Estados Unidos crea lo mismo?
 
¿Qué está ocurriendo en el sistema educativo para que los jóvenes beneficiarios del bienestar presente crean que están envueltos en mentiras? ¿Por qué cada vez más gente se niega a aceptar el mundo tal como es y prefieren convencerse de que la realidad está oculta? ¿Tan incomprensible se está volviendo la vida?
 
Y quien cree en una conspiración puede cambiar de credo con sencillez. Se trata de personas manipulables. Así, dentro de unos años, pueden estar convencidos de que los campos de concentración nazis (o soviéticos) son una mentira; de que ETA la montó el franquismo para reprimir a los vascos; o cualquier otra barbaridad.
 
Expediente X, Matrix, los detestables best-seller El Ocho, El Código Da Vinci y El péndulo de Foucault (Umberto Eco es culpable de haber dorado con brillo intelectual la teoría de la conspiración por dinero, cuando él mismo había abjurado de James Bond en otros libros) han hecho de las conspiraciones algo habitual para las personas vulgares. Y es cierto que las conspiraciones existen: el pacto de Estella fue una; la reunión de Pérez Carod y de Josu Ternera, otra; el 23-F, una más. Pero, ¿y qué? ¿Se puede explicar toda la historia a partir de un plan secreto? La omnipotencia de los conspiradores anularía desde el punto de vista religioso el libre albedrío, desde el punto de vista humano la política y desde el punto de vista racional el conocimiento. La libertad, por tanto, es una ficción creada por los amos del mundo para atontarnos. Si los sabios de Sión o los extraterrestres o los asistentes al Foro de Davos son tan poderosos, no nos queda más que la desesperación y el suicidio.
 
Cabe preguntarse si yo y esta columna que he escrito somos parte de la conspiración madre que quiere ridiculizar a los investigadores de las conspiraciones.

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