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Las mentiras de Teherán

Irán no es una democracia por mucho que cuente con un parlamento y periódicamente organice elecciones generales, como las del pasado día 20. Baste recordar que los aspirantes a candidatos deben ser aprobados por el Consejo de la Revolución, órgano formado por 12 líderes religiosos designados personalmente y sin control alguno por el Ayatolah Jamenei, máxima autoridad eclesiástica y política en el Irán de la revolución islámica. Baste también recordar cómo los guardianes de la moral y la ley fundamentalista vetaron inicialmente a unos ocho mil candidatos, veto reducido finalmente a “tan solo”tres mil por la presión directa y la amenaza de boicot de las fuerzas de oposición y las reformistas del régimen.
 
Tratar al Irán de los ayatolahs como una democracia igual a la nuestra no sólo es un grave desconocimiento sino un insulto al propio pueblo iraní. Es más, abordar estas elecciones del pasado día 20 con la misma frialdad y distanciamiento como se tratan informativamente nuestras elecciones es, también, muy poco apropiado. Por ejemplo, se presenta la victoria de los ultraconservadores religiosos –los que detentan todavía el poder– como si hubieran jugado limpiamente frente a la oposición. Pero no ha sido así. El régimen islámico iraní ha hecho todo lo posible para forzar el voto (con medidas como la ya conocida de mantener abiertos los colegios electorales hasta el momento que quisieran; la recogida de votos “móvil”, con más de 10 mil urnas itinerantes; el chantaje a los estudiantes preuniversitarios, con la amenaza de bloquear su pase a la universidad en caso de abstenerse; el bloqueo de las principales carreteras y accesos a fin de impedir manifestaciones, y un largo etcétera).
 
Así y todo, los datos oficiales de los resultados son los que se esperaban: una nueva mentira cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia. Como media, según cálculos de observadores independientes, el voto no habría superado el 12% del total, con Teherán algo por debajo y ciudades como Qom rozando solamente el 5% del censo electoral. El rechazo a la teocracia en el poder ha sido generalizado e indiscutible.
 
La segunda falsedad es que la abstención haya jugado a favor de los reformistas. Gente como el primer ministro Jatamí, de indiscutible prestigio entre los europeos y muy particularmente entre la elite política española, cuyo objetivo era lograr una mayor participación para legitimarse como fuerza de teórica transición hacia formas menos radicales en la aplicación de la ley coránica, se han encontrado desbordados por aquellos partidos que reclamaban la abstención, cansados de intentar ampliar unas libertades desde dentro de un régimen que se ha mostrado inflexible e implacable y que ha reprimido a cuantos se han intentado manifestar por una alternativa real a su poder religioso. Ya no hay ventanas de oportunidad abiertas para la reforma, el no voto clama por el cambio de régimen. Gilles Kepel, el experto francés en islamismo, cuenta que en una reciente visita suya a Teherán, durante el coloquio que siguió a su conferencia, una estudiante le espetó que cómo podía ser Francia un país tan desagradecido, que a pesar de que fue liberado del nazismo por las tropas norteamericanas, ahora no les dejaban que les liberaran a ellos. Ese es el verdadero sentimiento de una mayoritaria franja de población que nunca conoció a Jomeini.
 
Por último, la otra gran mentira es que el régimen de Teherán colabora plena y activamente con los inspectores de la AIEA. Como se está viendo, no sólo se supo del programa nuclear clandestino gracias a informaciones facilitadas por miembros de la oposición al régimen, sino que las declaraciones de éste son muy incompletas y no hay día en que se descubran cosas nuevas (una centrifugadora por ahí, unos diseños por allá...) que los ayatolahs de la revolución islámica intentan guardarse para sí. Por algo parecido se llegó a la invasión de Irak.

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