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Carlos Semprún Maura

Guerra contra la inteligencia

El otro día Les Inrockuptibles (¡menudo barbarismo!), semanario cultural, si por “cultura” se entiende el ruido rap y demás vómitos a la moda, publicaba un “llamamiento contra la guerra a la inteligencia”, con 13 páginas de firmas apoyando dicho manifiesto. Como nadie las ha contado –ni yo–, la cifra cambia, se habla de 8.000, o de 15.000, y la redacción anuncia, triunfante, que siguen recibiendo, y que se espera que lleguen a 30.000, incluso muchas más. No pasa nada. Se trata de propaganda electoral contra el gobierno.
 
El texto, para gentes que se autoproclaman inteligentes, es perfectamente idiota y embustero, o sea demagógico. Entre los firmantes hay de todo, pero, claro, un “todo” de izquierdas, la mayoría la constituyen, no faltaba más, los sindicalistas de la enseñanza, también algún famoso, como Patrice Chereau, y firmantes profesionales, que siempre firman lo que sea, como Vidal-Naquet. En nombre de la defensa de la inteligencia –como todo, la inteligencia se demuestra andando, y no ladrando–, en realidad se trata de pelas, de subvenciones, defienden una cultura estatal, de tipo soviético. Hay que reconocer que desde 1981, con la victoria de Mitterand, los diferentes gobiernos socialistas habían considerablemente aumentado los sectores culturales estatales y por lo tanto burocráticos, con los catastróficos resultados de sobra conocidos. En cuanto a creación se entiende.
 
También es cierto que el gobierno lo está haciendo muy mal, con sus reformas a medias, que molestan a los burócratas confortablemente instalados, sin aportar verdaderas soluciones, que exigirían medidas más drásticas. En este periodo electoral, este manifiesto abundantemente firmado, se utiliza contra el gobierno, lo cual es lógico, y, y es así como Le Monde del 24 de Febrero, titulaba en primera plana: “Entre Raffarin y la cultura se ha consumado el divorcio”. Pues el primer ministro, en una “carta al director”, como cualquier lector, por cierto, protesta, claro, y señala que en su mismo número el vespertino sitúa la región Poitou-Charentes, de la que fue presidente durante 18 años, en el primer lugar en Francia, en cuanto a compromiso financiero para la cultura. Y con ironía añade que si hubiera encontrado, al llegar al poder, los asuntos económicos del país tan sanos como los dejó en “su” región, “habría sido” más fácil ayudar a la vez la creación y a la difusión culturales”.
 
¡Pobre Raffarin!. Emplea los mismos argumentos que sus enemigos: la creación y la difusión de la cultura dependen únicamente de las subvenciones, o sea de las pelas. Porque ustedes me dirán ¿cuándo la región mejor subvencionada de Francia, ha manifestado más “creación” que las demás? En el mismo terreno y en las mismas circunstancias electorales, Jack Lang ex ministro de Educación de Jospin, no para de reclamar que en sus tiempos, la enseñanza en Francia era “la mejor del mundo” y ahora es un desastre. ¿Piensas que nos vamos a creer que si la investigación científica es un cementerio de coches, es cosa de hace unos meses y no decenios? Y ¿por qué la “enseñanza mejor del mundo” se ha convertido, bajo su augusto magisterio -entre otras– en fábrica de melones con el récord absoluto de bachilleres semianalfabetos? Son sólo ejemplos de un viejo desastre. Puede haber propagandas inteligentes, pero la verdadera inteligencia nunca es propaganda.

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